La capacidad de la criatura humana para urdir y hacer estupideces siempre fue inconmensurable, pero desde la llegada de Internet y sus Redes Sociales, lo inconmensurable ya se puede medir: en “retuits”, en “me gusta”, en “followers”, en “links” y, en muchos casos, en la “monetización” que se puede desprender de todo eso.
Dicha estupidez, en no pocos casos aliada con la crueldad y el propósito homicida, adquiere en ese submundo diversas expresiones, una de las cuales es la que atiende al nombre de “reto viral” y que consiste, en pocas palabras, en procurar que el mayor número posible de desconocidos se autolesione mediante los más diversos procedimientos. Ayer mismo, el “reto viral” conocido como “Blackout Challenge”, que consiste en aguantar la respiración hasta la pérdida del conocimiento que obviamente no tiene el que se entrega a esa práctica, se cobró su octava víctima mortal, un niño. Ignoro cuántos “me gusta” cosechó ese asesinato por inducción, pero me consta que otros retos, como el de partirse la crisma embistiendo contra algo duro o el de masacrarse el rostro con pinzas de la ropa gozaron, en su día, de gran predicamento. Por eso no extrañaría nada que esta repulsiva moda de pinchar con agujas a las chicas en las discotecas pudiera pertenecer a ese género de idiocia criminal.
El suceso que por su avilantez y su extensión está creando una severa psicosis entre las muchachas que salen a bailar y a expansionarse, y gran incertidumbre en la policía, que no halla el móvil de las agresiones ni, en la mayoría de los casos, rastro de las drogas de sumisión química que pudieran ser administradas con los pinchazos, se gestó en Inglaterra, se extendió después a Francia, y de allí saltó, aprovechando las aglomeraciones festivas de los Sanfermines, a nuestro país. La policía no encuentra el móvil, pero lo más probable es que no haya móvil ninguno, sino sólo el de hacer el mal.
Muchas son las sevicias que padecen las mujeres por el solo hecho de serlo, particularmente las más jóvenes y vulnerables a la mirada y a la acción de los depredadores, que, como hemos sabido por otros casos, se mueven por las redes como pez en al gua. Esto de los pinchazos, que, como digo, suena a reto viral o a algo semejante, carga sobre ellas otro motivo de miedo, angustia y desazón, y una amenaza cierta de ser contagiadas de cualquier enfermedad o de perder el dominio de la voluntad. La policía debe buscar a los agresores sin reparar en medios, pero que no busque el móvil. No lo hay. Sólo maldad.