El pintor Pedro Bueno (A Coruña, 1952), que tiene una reconocida y fecunda trayectoria, expone en la galería ARGA y ofrece una muestra que titula ‘De acuarela pola Coruña’ , en la que recoge paisajes de la ciudad y de los alrededores, dando muestra, una vez más, de su sensibilidad para captar la atmósfera de los lugares con delicadas tintas, en las que predominan los evanescentes grises azulados de baja saturación y sus tonalidades complementarias de tonos siena o pardos. Consigue, así, transmitir el envolvente y aéreo efluvio de nuestra luz y sus ensoñadoras sugerencias, abriendo, de este modo, las compuertas de la imaginación; el paisaje conocido deviene, entonces, un reverberante y sutil espacio para viajar hacia lo ignoto o en un iridiscente espejo de sutiles reflejos. De pronto, nuestra Dársena pasa de ser un rincón conocido a transformarse en un levitante lugar que parece contagiarse del ansia viajera de las aéreas nubes.
Como ya dijimos en otra ocasión, una poética de lejanías y saudades –que es, por otro lado, tan característica del ser gallego–, envuelve estas obras y transforma el motivo conocido en un pretexto para hablar de las emociones que se despiertan en el pintor al contemplarlas; las aguas en calma, orilladas de desdibujados paseos, de malecones, o de playas, como las de Santa Cruz, de Santa Cristina o de As Amorosas, empujan la imaginación hacia lo oculto, hacia ese algo inasible que flota como los blancos celajes por el intangible cielo.
Una melancólica belleza fluctúa sobre estas composiciones y las acuna con un invisible vaivén que tiembla en el trazo suelto o en la mancha ligera y se columpia hacia un intuido alén. De hecho, la misión del artista no consiste en copiar, sino en sugerir y en traducir el tema que lo inspira en un pasaje a lo escondido, en una incitación a sumergirse en los recovecos del misterio. Así, rincones de la ciudad, como el Rectorado, la plaza de Azcárraga, la plaza de Mina o la plaza de María Pita se convierten en espacios para la ensoñación; del muelle de la Dársena ofrece varias versiones, que, o bien le transmiten un aire de expectante aguarda o bien lo abren hacia las vastedades atlánticas que lo convierten en un espejísmico plano de reflejos que titilan sobre el agua quieta. Otros entornos, como Corrubedo, O Portiño, Mariñán o Betanzos aparecen también tocados por la gracia de un sugerente lirismo que destaca su singularidad. La muestra, en conjunto, es sin duda un canto encantado (valga la redundancia) a toda esa belleza huidiza e inasible que se queda prendida en los ojos del contemplador y que Pedro Bueno tiene la gracia de saber interpretar por medio de trazos sueltos y de manchas que diluyen los contornos, de manera que los lugares conocidos sirvan de pretexto para abrir las compuertas de la imaginación. En realidad, la misión del arte consiste en trascender lo visible o en usarlo como pretexto para expresar todo aquello que está tras las formas, eso que nos conmueve y que no puede decirse con el lenguaje ordinario.