En estos primeros días del año, donde todos fijamos la mirada en los buenos deseos, injertados de esperanza, será fructífero que nos abramos a la verdad, bajo el lenguaje del sincero diálogo, la reconciliación y la solidaridad. Por tanto, comencemos volviendo nuestra contemplativa hacia nosotros mismos, pongamos voluntad en los auténticos quehaceres cotidianos, que lo substancial en esta vida es trabajar el corazón, dar asistencia y existencia a nuestros impulsos. Lo armónico es un abecedario que se conquista desde nuestro propio interior. Dejemos, pues, de torturarnos unos a otros.
Ha llegado el momento de renovarse como humanidad, de ahondar en los vínculos, de fraternizar las poblaciones, más allá de las controversias que puedan surgir. Nunca es tarde para reconducirnos y vernos en el que camina a nuestro lado, al que siempre hemos de socorrer, porque estamos aquí para auxiliarnos y crecernos mutuamente. Está visto, que los buenos deseos siempre convencen al espíritu y vencen a la desconfianza. Intentemos, por consiguiente, desterrar esas contiendas inútiles, que conllevan una ola de sufrimientos absurdos, casi siempre en los más débiles, con denegación del acceso humanitario. No podemos continuar empedrándonos de vicios, enlosándonos de violencia, pavimentándonos de odios y venganzas. Activemos otras inquietudes más nobles, aunque los deseos se tornen súplicas, pero son tantos los sentimientos de congoja, que no puedo por menos de manifestar mi gran preocupación y mi dolor por tanta inhumanidad sembrada en los últimos tiempos. Lo perverso nos domina, y esto al fin, acaba deshumanizándonos por completo. Vacunar al 40% de la población era posible y fallamos, -nos lo recuerda la ONU-, una vergüenza que cuesta vidas y mutaciones del virus. Desde luego, y para afrontar la lucha precisamente de esta y futuras pandemias, se requiere otro espíritu más cooperante y respetuoso con el valor de la persona humana, la columna que ha de sostenernos y sustentarnos. Tanto es así, que forma parte de la sanación, la aspiración a ser sanado como humanidad. Por si fuera poco el padecimiento, cada día el oleaje de padres abusivos se acrecienta también, quedando desprotegidos los niños. Junto a este huracán salvaje, son muchos los que caminan atemorizados por la incertidumbre y agobiados por la crueldad de hechos deshumanizadores. Descubrimos, igualmente, que los hombres migrantes son sometidos a trabajos forzados y violencia física, mientras que las mujeres están más expuestas a la violencia sexual.
En consecuencia, todos los géneros pueden sufrir un trato degradante y desolador. Esto es bárbaro, máxime en una época en la que tanto se habla de derechos humanos; y, en muchas ocasiones, su defensa no pasa de las meras palabras fáciles. Deberíamos ser capaces de transformar los deseos en franquezas y las ideas en acciones, siendo fieles a un cometido que nos hermane. Quizás la victoria más dura sea la de uno mismo, pero tenemos que ser capaces de levantarnos para construir la concordia que todos necesitamos para nuestros espacios invisibles y, de igual manera, para aquellos visibles que nos circundan. No olvidemos, como regla existencial, que el amor y el buen talante son pulsos del viento para las grandes hazañas. Sin duda, la mejor proeza, está en vivir. Deséame vivo, entonces, para desvivirnos juntos. Ojalá lo pongamos como deber, este año que ahora iniciamos, repleto de anhelos.