La Medusa y la flânerie

Resido en ese hermoso desierto azul que es, en esta estación, el lugar que repuso de una pérdida, de un dolor, a Sofía Casanova. Entonces a diario puedo saludar a mi vecina ciudad herculina, me sé de memoria su horizonte: allí la Torre de Hércules, allí la Torre de control marítimo, allí la Medusa. Leo hoy que, en unas semanas, mi visión del skyline coruñés cambiará, será otra mi lectura del espacio.


Con frecuencia voy a pasear por tu ciudad, también la mía, porque así siento A Coruña. ¿Cuánto llevamos juntas? ¿ocho inviernos? Ocho inviernos. De vez en cuando me dejo la ciudadanía en bolsillo y llego a ella para pasearla como una turista más. Llevo mi cámara conmigo, es una Nikon D5200: la fotografío. Estoy segura de tener un sinfín de imágenes que atestiguaran que un día hubo un singular almacén construido para que la descarga de carbón no se hiciera a cielo abierto.


Hoy solo me sirvo de la Medusa como excusa para hablarte de mi actividad como paseante, como callejera, como flâneur. Cuando la sociedad moderna era apenas incipiente, el poeta y ensayista francés Charles Baudelaire mencionó este término, flâneur, en su libro Las flores del mal (Fleurs du mal, 1857). Así describe a un personaje que camina sin rumbo por las ciudades sin ningún objetivo salvo el propio hecho de caminar.


Pero pasear no es solo caminar, trasciende lo físico. No hay una sola vez que no llegue a casa sorprendida por una calle desconocida, por los colores en los que no había reparado, por los matices. Paseo y me detengo en la arquitectura que convierte a esta ciudad nuestra en un museo al aire libre, observo su estilo modernista, evoco el pasado que late en cada edificio, intuyo el futuro en los cambios que experimenta. Pasear nos lleva a conectar con la emoción, con el intelecto. A veces pienso que pasear, observar la ciudad que habitamos, es una forma de mirarse a uno mismo, de encontrar en los trazos de su historia los trazos de la nuestra: hay que leer el espacio que transitamos, que ocupamos, para contarnos, para entendernos. Para sabernos.


En palabras de Le Breton: (…) la experiencia del caminar descentra al yo y restituye el mundo, inscribiendo así de pleno al ser humano en unos límites que le recuerdan su fragilidad a la vez que su fuerza, […] moviliza permanentemente la tendencia del hombre por comprender, por encontrar su lugar en el seno del mundo, por interrogarse acerca de aquello que fundamenta su vínculo con los demás (…)


A poner al servicio de su trabajo los paseos, fueron muy dados los filósofos:


Sócrates y Aristóteles en Grecia, Nietzsche y Kant en Alemania, Séneca en Roma, Kierkegaard en Dinamarca. Los escritores, también son del importante gremio de los paseantes. Pienso en Pessoa, en Woolf, en Dickens, pienso en cómo sus obras guardan relación con una época y con un espacio.


Hoy parece que pasear es una forma demasiado lenta para comprender este mundo que va demasiado rápido. En cuatro semanas, tengo entendido, en cuatro, desmontan la Medusa. 

La Medusa y la flânerie

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