Macarena Olona

En la política española hay mucho juguete roto. Y más que va a haber. Los ascensos fulgurantes de una efebocracia, en ciertos casos viejuna, es lógico que se precipiten en descacharres estruendosos. El suicidio de Casado fue portentoso. Ha tardado un año entero en respirar y ahora, tras un silencio piadoso y conveniente, parece querer resollar deslizando ciertas bilis retenidas. Algunos, los menos, lo asumieron con dignidad como es el caso de Rivera, otros se resisten como gatos panza arriba y esperan tener sus mismas vidas, como Iglesias, y hay quienes consumen las mieles del tiempo que les queda, como la coral femenina podemita a la espera del milagro que las salve.
 

Pero no creo que entre todos los casos, estos y tantos que les vendrán a la cabeza, haya uno en que el descarrile haya sido tan estrambótico como el que está protagonizando Macarena Olona, quien fuera hasta la fatídica andaluzada aquella, la estrella radiante de Vox. Era su Juana de Arco, a la que idolatraban y a la que ahora a muchos no les importaría nada arrimar la tea a la pila de leña, sobre la que ella en buena parte se ha colocado, y que ya arde ya por los cuatro costados. A los seguidores “voxistas”, que suelen serlo en grado acérrimo, su nombre no se les caía de la boca. Y ciertamente la que fuera su portavoz parlamentaria había hecho merecimientos para que así fuera con sus vibrantes intervenciones, sus réplicas contundentes y su lidiar con los medios y periodistas, sobre todo con los contrarios.
 

Lo de enviarla a las elecciones andaluzas fue un grave error y otro el de ella con su desatada sobreactuacción en la campaña. La mayoría absoluta de Juanma Moreno, un poco debido a sus amenazas de lo que le haría sufrir si le hacia falta un solo diputado suyo, la dejó helada. Y más le hubiera valido que muda. Era hasta cierto punto lógica y comprensible su primera reacción dimisionaria pero lo que vino después ya entró en el capítulo de los delirios. Comenzaron con apariciones por Hispanoamérica, prosiguieron por el camino de Santiago y están concluyendo en el vis a vis con Evole. De su imagen, aunque ella no sea consciente, tras el paso por esa maquina de picar carne, no quedan ya ni las raspas. Ni entre unos, sus contrarios, que hacen befa y mofa de su autodestrucción, ni entre los otros, quienes fueron los suyos, que se avergüenzan de ella y de ellos mismos por haberla enaltecido antes.
 

El ser humano, en cuanto a lo que a vanidad se refiere, no suele tener medida alguna ni consciencia del ridículo y el daño que a si mismo se hace. Es más, cree que con ello emerge y descuella y que causa profundo efecto y daño a quienes quiere ajustar cuentas, sin caer en la cuenta de que a quien está socarrando Olona es a ella misma y que su inmolación no solo no concita simpatías sino el mayor de los desprecios. Pues para remachar el clavo de su ataúd no ha tenido mejor ocurrencia que entregarse a quien simboliza de todo aquello que quienes antes la querían a ella, más odian. Ahora odian, un poco más, por igual a ambos.
 

Tal vez ese postrer desatino no le venga mal del todo a Vox. El lugar elegido para enseñar sus trapos sucios y lanzar sus graves acusaciones lo que consigue es que pierdan gran parte de su valor y hasta quedar descalificadas en la percepción de a quienes podía afectar y hacer reaccionar en contra. En otro foro, otro lugar y con otros interlocutores esa metralla podía hacer mayor efecto. En este y en lo que toca al cuerpo electoral de Vox me parece que más bien poco. A quien ha destrozado ya del todo ha sido a la protagonista.

Macarena Olona

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