La casa en silencio, el día todavía vestido de noche y mi café, con leche fría y sin azúcar. En el portátil asoma un documento con la fecha 240209 -siempre la escribo al revés, de lo grande a lo pequeño-, esperando a que le cuente de qué va esta semana. Repaso las notas de mi cuaderno y no son pocas, los últimos días de enero me han regalado muchos encuentros y febrero ha arrancado con la campaña y los debates electorales en medio de no pocas conversaciones. En definitiva, la palabra COMUNICACIÓN me ha dado la pista para escribir hoy.
Hablar, callar, palabras, silencios, preguntas, respuestas… comunicación. Todo comunica, todo es comunicación. La vida gira en torno a ello. La manera en la que nos relacionamos, en la que abordamos las situaciones que se nos presentan, la información que recibimos y transmitimos. Palabras, sí, muchas, pero también silencios. Me detengo en esa fascinante expresión japonesa “kuuki o yumo”, “leer el aire”. Entender los que no se dice, lo que no se pronuncia, pero se expresa.
Leer el aire es mirar más allá, es estar atenta a las necesidades de la otra persona, oír con el corazón, reparar en los hilos sutiles que quedan suspendidos en medio de una conversación, sujetos por micro-gestos. Leer el aire es estar en calma, bajar el volumen de nuestra conversación interna para mirar, escuchar, sentir a quien tenemos en frente. Leer el aire es un tú a tú en toda regla, sin distracciones.
Leer el aire es también colectivo, es entender las culturas y sus formas de expresión, los protocolos explícitos y tácitos que nos ayudan a mantener la armonía social. En culturas como la japonesa, más indirectas, esta habilidad es clave pero también en nuestra sociedad occidental podemos practicarlo de manera a evitar los conflictos.
Me preguntaban esta semana por el debate electoral y el lenguaje de los candidatos y candidatas a la Presidencia de Galicia, y lo relacionaba con este concepto, el mensaje oral, es tan sólo una parte de lo que se transmite, la forma de vestirse, la gesticulación, las miradas, el tono de voz dicen más de lo que expresamos con la palabra. De hecho, en contextos de alto contenido emocional, según el investigador y experto en comunicación Albert Mehrabian, el impacto del mensaje, es en un 7% debido a lo verbal y en un 93% no verbal –38% vinculado a la voz y 55% a las señales y gesticulación–. La vestimenta se puede escoger, los gestos se pueden ensayar, pero no todo el cuerpo actúa de la misma manera: las cejas, las pupilas, la sonrisa y otros pequeños y sutiles detalles pueden delatarnos y hacer menos creíble el mensaje. Donde no hay coherencia, lo que queremos transmitir pierde fuerza, consistencia.
Quizás no haya que detenerse tanto en los eslóganes si no en lo que hay detrás cuando leemos el aire, la coherencia entre una palabra y una mirada, una frase y una sonrisa, un mensaje y un tono de voz. Ver más allá de lo que vemos, escuchar más allá de lo que oímos, sentir más allá de lo que percibimos.
En definitiva, como decía Peter Drucker, “lo importante de la comunicación es escuchar lo que no se dice”.