Un laberinto de variables políticas, económicas y sociales impiden cualquier anticipación seria a lo que está por venir en el año entrante. Me permito algunas aproximaciones de cosecha propia antes de las que, ya retirada la última hoja del calendario de 2021, nos va a endosar el departamento de máscaras del poder establecido.
El triunfalismo estadístico del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia del miércoles, fue una de esas aproximaciones orientadas a ganarse el aplauso de la gente mediante manidas formas de camuflaje verbal. Pero la sopa de cifras y la credibilidad del mensajero no dan para colocar el recado de que el Gobierno merece ese aplauso por cumplir lo que promete y hacer avanzar al país a pesar de una oposición rebelde que ha perdido el sentido de Estado.
El relato de Sánchez no encaja en el clima de incertidumbre derivado de una ecuación de poder tóxica y un cuadro presupuestario desmentido por una realidad magullada por los contraataques del coronavirus. Si además revisamos el calendario electoral, hemos de hacernos a la idea de que estamos a punto de encarar un año marcado por la inestabilidad política y la incertidumbre económica.
El coste de la vida desbordado en marcadores desconocidos en los últimos treinta años, niveles de crecimiento insuficientes para una verdadera remontada en el año que empieza, malestar sectorial y un poder político que remite la prometida estabilidad al concurso de declarados enemigos del Estado, no son precisamente inductores de optimismo en una ciudadanía sedienta de normalidad después de veinte agotadores meses de pandemia.
No demos por infalible el generalizado diagnóstico de que la aprobación de los PGE 22 consolidan el poder de Sánchez y garantizan el agotamiento de la Legislatura. Necesitará pagar un precio extra. Tendrá que retribuir a sus costaleros mediante concesiones incompatibles con la historia de su partido y su actual primogenitura electoral. Salvo improbable viaje al centro por ahora deshabitado. Improbable, aunque no imposible si las vacunaciones y la recuperación económica se ponen de su parte.
El telón de fondo tampoco pinta a favor de un retorno a la racionalidad en el campo de las relaciones políticas. Me refiero al tensionado clima de una clase política partida en dos bloques a cara de perro. Lo diré con palabras del filósofo Manuel Cruz, expresidente del Senado: “Da la sensación de que la democracia para algunos se alimenta más de la tensión que del acuerdo. Hay sectores que consideran que el acuerdo es un escenario en el que no hay nada que ganar porque, según ellos, siempre debe haber algún derrotado”.