La dimisión, como ‘número dos’ del partido gobernante, de Adriana Lastra, fundamentada en motivos ‘personales’, servirá sin duda a Pedro Sánchez para acometer una sibilina pero profunda reestructuración en un PSOE que no está funcionando ni a pleno rendimiento ni a plena satisfacción. Las tres ruedas sobre las que se asienta un poder ejecutivo, es decir, el Gobierno, el partido y el grupo parlamentario, tienen aquí y ahora una dimensión muy distinta y una velocidad de rodaje muy dispar, lo que dificulta, admiten muchas fuentes socialistas, la buena marcha de un engranaje preelectoral como el que ahora se precisa.
Sánchez conocía desde hace días la marcha de ‘su’ vicesecretaria general, y no creo que, dejando aparte los motivos que fundamenten esta salida de la política, la haya lamentado demasiado. Lastra carecía de las facultades precisas para ser ‘la cara visible’ de un partido que es el más antiguo de España, el que más sedes y quizá militantes/cotizantes tenga (habría que confrontar números y calidades con el PP), que es un referente en las socialdemocracias en el mundo y que ahora sustenta al Gobierno de una potencia europea como es España. Y, sin embargo, el PSOE era un instrumento varado, atenazado por la escasa calidad de las ideas que en Ferraz se barajan y preso de las ya muy conocidas disputas entre Lastra y el ‘número tres’, el secretario de Organización, Santos Cerdán, que ahora pasa a ejercer, con permiso, claro, del secretario general, las principales funciones orgánicas.
Y es que el secretario general/presidente del Gobierno se dejó llevar de viejas fidelidades y de lealtades absolutas a la hora de cerrar la dirección del PSOE en el 40 congreso del partido, celebrado el pasado octubre. Fuimos muchos los que ya entonces pensamos, y dijimos, que, pese al aparente éxito de aquella ‘cumbre’ en Valencia, ni la estructura orgánica, ni el programa, ni los planteamientos, ni la dirección del partido salían reforzados, sino más bien lo contrario. Fue un congreso sin debates ideológicos, sin la menor autocrítica. Consecuencia tal vez buscada por Sánchez: el peso político pasó casi exclusivamente a La Moncloa (Félix Bolaños), mientras Ferraz, también padeciendo una pésima comunicación externa e interna (otra fidelidad máxima bien recompensada por Sánchez, poniendo esta importante área en manos inadecuadas), perdía peso e influencia a ojos vista.
Desde hace días se venía especulando con posibles cambios en la estructura del poder socialista. Lastra centraba muchas de las críticas internas (y no hablemos ya de las externas), pero teóricamente era intocable como próxima al líder y mandatada por el Congreso de Valencia. Ya había perdido el puesto clave de portavoz del grupo socialista en la Cámara Baja y su actividad pública decrecía no poco, hasta el punto de que muchos destacaron su ausencia en el escaño en el debate sobre el estado de la nación. Si eso estaba motivado por alguna causa importante, y rumores hay no pocos, he de enviar mis saludos sinceros a una política a la que, confieso, he criticado muchísimo.
En cualquier caso, Sánchez se ha deshecho de muchas de las personas le ayudaron en la remontada.