Un grito de esperanza

cuando todo parece moverse en la perspectiva de la muerte, con todo tipo de tropelías y desapariciones forzadas, reivindico otros itinerarios de renovación personal que nos devuelvan a otros espacios menos tóxicos, para propiciar vínculos que nos fraternicen, y así rebajar las tensiones sociales, fortaleciendo un espíritu conjunto. Conscientes de nuestras propias debilidades, los andares han de sostenerse en la certeza de la unión y la unidad, como nuestra regla existencial, si en verdad queremos entrar en un clima de concordia entre análogos. De lo contrario, continuaremos activando los conflictos y el debilitamiento de las instituciones internacionales destinadas a protegernos, con nuevas misiones de paz sólidas.


Venga a nosotros, pues, ese grito de esperanza. Hagámoslo impulso diario. Aprovechemos la natural riqueza humana de la diversidad, cultivemos la justicia social como abecedario, paremos todas las inútiles guerras que bloquean nuestro soplo armónico. En ocasiones, la falta de oportunidades laborales es el principal factor que impulsa a la gente a unirse a grupos extremistas violentos. Otras veces, la falta de tiempo para reflexionar, nos impide entrar en razón para corregir nuestros modos y maneras de vivir. Dispongámonos a traducirlo, con humilde docilidad, en otros quehaceres más de entrega y donación, hacia ese camino de secuencia colectiva y personal, al que todos estamos llamados a contribuir con nuestro corazón.


En la vida diaria corremos el riesgo de dejarnos apresar por este mundo material, que realmente nos absorbe y no nos sacia, porque realmente tampoco trabajamos otras voluntades, que nos hagan retomar un sentido más auténtico de nuestros lazos. Quizás nuestra primera tarea deba ser silenciar las armas para poder oír el alma, que es lo que en realidad nos hace cambiar de rumbo.

Un grito de esperanza

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