Nunca escribo sobre lo que fotografío, pero sí fotografío lo que no soy capaz de describir. Soy observadora y cuentista, me interesan la palabra y la imagen como formas de lenguaje.
Estos días atrás se han llenado de poesía, de vítores de bienvenida primavera, de esperpento en nuestras instituciones, pero escojo hablarte de fotografía, de esa necesidad que también tengo de expresarme a través de una cámara. Lo hago acomodada, no en modo automático, sí en posición amateur, respetando al fotógrafo profesional, tratando de compensar mi falta de conocimiento con mi voluntad de aprender. Amateur es una de mis tantas palabras preferidas, la tomamos prestada del francés, deriva del latín amator, quiere decir EL QUE AMA.
La cámara de fotos me empuja a mirar, o es la excusa para contarme o contarte una historia, para deambular por ahí sola, para no dejar escapar la belleza de todo lo que nos rodea.
¡Claro que he ido a ver la exposición, fantástica, que ha traído a nuestra ciudad la Fundación Barrié, Proyecto Polaroid! Fui sola, a primera hora, por la mañana, en jueves. Me pude detener en Ansel Adams, o hasta en Warhol, pero me interesó más Robert Mapplethorpe, seguramente porque pensar en él me lleva a pensar también en Patti Smith. Así como se amaron y relacionaron fotógrafo y escritora, así se parecen fotografía y literatura: dos disciplinas que se entienden para posibilitar a lector y espectador un acercamiento del todo particular, íntimo, con la obra y con el mundo en ella contenido.
Se puede contar y contener un instante en un instante. Eso trajo la Polaroid. Me pregunto si cuando a Mapplethorpe, instalado en el hotel Chelsea, en Manhattan, el mismo donde murió Dylan Thomas, le regalaron con inocencia una Polaroid, se supo amateur o intuyó lo que vino después: toda una transgresión, toda una revolución artística que le convirtió en el fotógrafo de culto que es hoy. Y todo con una máquina de mecanismo sencillo, con una película sensible a la luz. De ahí a la magia. Me pregunto también si Mapplethorpe habría disfrutado del momento actual que vivimos: del exceso de imágenes, lo llaman infoxicación, de la era Instagram.
Hoy todo el mundo fotografía, hoy todo el mundo escribe. ¿Qué es lo que tanto ansiamos comunicar? ¿Se ha convertido en inmediatez lo que era el bello instante? Es solo una reflexión.
Dije al principio que no, pero sí voy a acabar hablando de poesía. Henri Cartier-Bresson no tuvo en sus manos una Polaroid, pero poetizó esta disciplina artística, dijo: «fotografiar es retener el aliento, alinear la mente, la mirada, el corazón». Esta afirmación contiene todo el lirismo que comparten para mí la fotografía y la poesía, dos disciplinas que tienen en su raíz común muchas de las cuestiones tratadas en la antigüedad clásica: la métrica en poesía iniciada por los rapsodas es comparable en fotografía a las reglas de composición como la de los tercios o la proporción áurea. Siempre he pensado en los artistas como grandes conocedores de toda regla, que solo así pueden saltarla, hacer lo que hacen: Arte.
Sabrás que de Cartier-Bresson es el instante, El instante decisivo, publicado en París en 1952. De la fotografía, decía, solo le interesaba un aspecto: «Hay otros muchos, pero lo que me conmueve, lo que me apasiona, es la mirada sobre la vida, una suerte de interrogación perpetua y una respuesta inmediata».