Sea como fuere, no tenemos tiempo que perder. Hoy más que nunca necesitamos regresar a ese espacio armónico, lo que nos exige abrirnos a la verdad, que es lo que nos imprime la verdadera paz consigo mismo. En efecto, las huellas pasadas nos dejan en herencia, sobre todo, un aviso: Con la guerra, la humanidad en su conjunto, es la que pierde. Ojalá aprendamos a rectificar, y en este inicio de temporada anual, hagamos el propósito de garantizar el respeto de la dignidad de la persona y sus derechos inalienables. Habrá quietud en la tierra, si en verdad sabemos redescubrir nuestras originarias raíces, la de ser una sola familia, irradiada bajo el abecedario de una morada y un morar, fundado en los valores de la justicia, la igualdad y la solidaridad. Por eso, es vital un cambio radical de configuración; ante todo debe prevalecer el bien de la sociedad y no el bien particular de un determinado poder dominador, que todo lo concreta en batallas inútiles.
En este sentido, resulta obligado interrogarse, cada cual desde su interior, sobre este cotidiano sufrimiento humano, que lo hemos hecho habitual en nuestras vidas. Evidentemente, tenemos que rebelarnos, cultivar otras expresiones, sentir otros respetos y encauzar el peso de la angustia y de la soledad, con otro espíritu más celeste que mundano. Seguro que lo podemos conseguir. Lo único que nos hace falta es ejemplarizar nuestros andares, sobre todo si queremos superar los inhumanos componentes que, para desgracia de todos, se laboran en favor de contiendas absurdas, de veras crueles.
7Tan solo, el espíritu apaciguador aminora las fuerzas de la división, uniendo a los débiles y a los fuertes en la senda de la confluencia, a través de un horizonte en diálogo responsable y sincero.
Al fin y al cabo, lo importante es encontrar soluciones para entenderse y, al tiempo, poder sumar fuerzas para garantizar la seguridad y el bienestar de todos, que es lo que verdaderamente nos injerta tranquilidad en el paisaje viviente.
Nuestra singular esperanza está en encontrar esa cuna de vida y de amor, que acrecienta la filiación natural, de la cual germina un sosiego firme y duradero, sobre los cuales se funda y apoya el hacer hogar y el sentirse comunidad, sabiendo que el respeto es la base de todo. Tal vez sea el momento oportuno de emprender de nuevo a retomar alianzas de luz, cuando menos para combatir esta penumbra de desigualdades que soportamos como especie, y, de este modo, poder lidiar con esa multitud de atmósferas injustas, que arrojan densas nubes de conflictos sobre nuestro particular itinerario. Además, el peligro de que aumenten los países con armas nucleares ha de suscitar en todo ser responsable una fundada preocupación, que nos llama a replantar los valores y principios de la ONU. Aquel que pase, por consiguiente, de aplicar nuevos remedios, hallará muchos más males en su trayecto, porque el tiempo por sí mismo nos insta a innovar siempre, para sanación del árbol viviente al que todos pertenecemos.