Atrás quedaron las vacaciones de Navidad, aunque todavía hay gente que se empeña en seguir felicitando este comienzo del 2024, con la excusa de un primer encuentro en el recién estrenado año. Desde el 3 de enero, esos deseos sobran, transformémoslos en un sencillo “feliz día” porque el año se construye así, día a día. Más allá de los propósitos que, como año tras año, terminarán aletargados en la libreta de turno, se respiran cambios. La renovación continua, el compartir y abrirme a nuevas oportunidades, es una constante en mi vida. 20 mudanzas, 12 ciudades, 8 países, otros tantos colegios, unos cuantos trabajos. Si, también numerosas amistades y no pocos amores, aunque confieso que de las primeras algunas son infinitas y de los segundos, mi sentir es que ahora me acompaña el “para siempre”. Todos y cada uno de esos movimientos han sido entrenamientos para afrontar el siguiente reto. Lejos de paralizarme o anticiparme con ideas negativas y muchas veces erróneas, cada paso dado ha sido una mezcla de vértigo e ilusión. Y parece que así se presenta también este 2024 del que a penas llevamos recorridas cuatro semanas. Huele a esperanza, juego, futuro.
El cambio es inevitable. Es evolución. Nada es permanente y si nos aferramos al pasado, difícilmente podemos avanzar hacia el futuro. El motor del cambio, nuestros valores. Ellos mantienen el rumbo en nuestra vida y nos permiten superar los desvíos, los posibles tropiezos o los “ruidos” ajenos a nuestra meta. En definitiva, nos ayudan a no perder de vista lo que deseamos y hacernos más placentero el camino. A ese ir y venir, hay quien le llamará vehemencia, yo lo tildo de coherencia. Puede ser que esa frase tantas veces escuchada de “si algo funciona no lo cambies” tenga sentido, pero podemos añadirle “¿y si el cambio produce mejora?”. Cuestión de avanzar impulsados por nuestros valores. Esa es la energía que, sin lugar a dudas, nos pone en marcha. En situaciones de cambio, es posible que exista una ganancia superior a la pérdida, aunque eso no significa no sentir dolor por lo que dejamos atrás. Sentir dolor es normal cuando debemos asumir que una etapa de nuestra vida se ha acabado, y que una parte de nosotros ya no está. Por ello, mirar hacia adelante nos puede ayudar a enfocar la situación con mayor serenidad y consciencia. El pasado no volverá, pero disponemos de un presente, un regalo -no exento de sorpresas de todos los colores- que nos permitirá ir construyendo nuestro futuro.
El cambio puede ser meditado, voluntario e impulsado por esa necesidad de romper la rutina o buscar la mejora. La voz que nos susurra y anima a dar el salto nos habla de anhelos, valores alineados con nuestro momento. Otras, es el cambio el que nos elige y nos saca de ese lugar con matices de “sesión de domingo tarde de sofá, mantita y peli”. Aunque puede ser duro abandonar ese espacio, ofrece una nueva perspectiva de la vida: te hace ser una persona más humilde y agradecida. Cuando cambiamos, nuestra forma de observar también varía.
Y en todas esas etapas que vamos eligiendo o se nos van presentando es tan importante saber iniciar como saber cerrar. No quieras permanecer donde sientes que ya no debes estar. El miedo a la incertidumbre es una banda sonora poco adecuada para acompañar una vida. Mejor la melodía que suena a ritmo de ilusión, aunque no siempre esté todo lo afinada que nos gustaría, irá cogiendo tono a medida que se ensaya.
El secreto, como decía Sócrates, “está en enfocar toda tu energía no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo.”