UN HOMBRE SENTADO | Lo que vemos cuando se va la luz

Letras sosegadas en #Nordesía: Fernando Soto reflexiona sobre lo "agradable" que fue el apagón
UN HOMBRE SENTADO | Lo que vemos cuando se va la luz

El apagón del 28 de abril ha causado, además de otras muchas cosas, una avalancha de artículos sobre el apagón. Es como un chiste que decía que fumar provocaba más del 50% de los estudios estadísticos. He leído bastantes, estas semanas. Y no me refiero a análisis de seguridad ni a panfletos políticos, sino a artículos que reflexionaban desde un punto de vista más personal sobre cómo transcurrió la jornada, y extraían sus conclusiones.


Los leo, oigo a amigos y a extraños, pregunto a propósito sobre el tema, y mi impresión es que, allí donde no hubo que lamentar ninguna desgracia –y por suerte hubo muy pocas–, o los atascos no supusieron un gran inconveniente, mucha gente recuerda ese día como una experiencia, en general, positiva. Como este no es un estudio serio, no sé si son mayoría o no, pero son muchos. Por descontado, todo habría cambiado si el apagón, en lugar de horas, hubiera durado días; pero, en este caso, casi todos estábamos tranquilos y la jornada no pasó de ser una curiosidad, una rareza. Pero una rareza agradable.


Se podría achacar a que nos hizo salir de la rutina, y que eso por sí solo ya está bien. Y probablemente haya algo de cierto en ello; pero yo creo que hubo algo más. Aparte de no poder usar la vitro o de quedarnos sin agua caliente, y del parón laboral, creo que lo más inusual de ese día fue tener que pensar qué hacer con nuestro tiempo libre, que además en muchos casos se multiplicó. Un tiempo libre que vio cómo sus contenidos habituales —televisión, Netflix, internet, ordenador, redes sociales y, claro, móviles— desaparecían y lo dejaban vacío y disponible.


Y, si para nosotros eso fue raro, para nuestros hijos fue un verdadero shock: para muchos fue, literalmente –y “literalmente” bien empleado, no como lo usan ellos–, su primera tarde en años sin estar conectados: no tenían YouTube, ni TikTok, ni música ni nada. De repente, y sin previo aviso, la realidad que habitan a diario quedaba en negro y la palpable, la circundante, era la única que tenían.


En algunas ciudades surgieron espontáneamente bailes en las plazas. Marta y yo salimos a pasear por Ferrol y las calles estaban llenas, como las terrazas, y no fueron imaginaciones mías que la gente estaba más animada de lo normal. No tenían teléfonos y, en lugar de permanecer callados viendo conachadas en bucle, charlaban. Incluso los adolescentes hablaban con sus padres. 

 

En muchas casas se desempolvaron los juegos de mesa, y nosotros mismos, a última hora de la tarde, nos quedamos todos en el salón hablando, iluminados por un proyector de estrellas y planetas que viene de regalo con el Cola-Cao. Al irse la electricidad nos quedamos sin lo de todos los días, sin lo que se supone que cada día hacemos porque queremos. Y resulta que para no poca gente fue mejor. 


Tuvimos que buscar alternativas a los planes normales, y a muchos nos gustaron más los suplentes que los titulares. Sorprendentemente, muchos estuvieron más contentos con las limitaciones de esa tarde que con las muchas opciones de las demás.


No soy psicólogo, ni sociólogo ni antropólogo, pero eso tiene que querer decir algo. Que se nos recorten posibilidades y el efecto parezca el contrario –que aumentan– tiene que querer decir algo. Sobre nosotros, sobre esas elecciones, sobre nuestro ritmo de vida y sobre la sociedad entera. Si el hecho de no poder hacer lo que cada día decidimos hacer acaba siendo bueno, no parece descabellado concluir que estamos decidiendo mal.


Ni los más acérrimos defensores del decrecimiento defenderán, imagino, la renuncia al frigorífico o la vuelta al candil. Y hasta yo, a pesar de mi fijación anti móvil, sé que internet puede ser una herramienta maravillosa, capaz de llevarnos al confín del mundo. Pero algo falla, hay algo muy discutible en la forma de utilizar los medios que tenemos cuando su ausencia, su desaparición temporal, parece provocar tan buenas sensaciones, cuando parece… liberarnos. Porque alguien se libera de algo que no quiere, de una carga, de lo que le sobra.


Y, por lo tanto, me parece inevitable preguntarse si no estaremos haciendo, día a día y sin (querer) saberlo, demasiadas cosas que no queremos, que son cargas, que nos sobran. Al día siguiente, nuestros hijos se quedaron en la habitación con el móvil y nosotros vimos el décimo capítulo de la cuarta temporada de nuestra serie. 

UN HOMBRE SENTADO | Lo que vemos cuando se va la luz

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