Entre lo heterogéneo de los “invasores” de la villa ortegana durante el Festival del Mundo Celta, se pueden distinguir dos categorías fundamentales: los que acuden por los conciertos y aquellos que lo hacen por la acampada. Los primeros dicen que van a Ortigueira y los segundos a “Orti”; pero, además, son otras las diferencias que los separan aunque su destino estos días de julio los una para crear nuevos recuerdos.
El ambiente de las calles de la villa este viernes era tranquilo, familiar y muy musical. El público se repartía entre las degustaciones y los conciertos de día en Vila Celta, el mercado de artesanía o una de las muchas terrazas en las que hacerse con una mesa era tarea complicada. En muchas, como en la del Mesón Río Sor o el mítico Caracas, no faltaron las repichocas.
En Morouzos, la estampa cambiaba radicalmente al caminar entre tiendas y carpas, como también lo hacía el olor —contrastando el jabón de las duchas con el de la orina en cualquier rincón un poco discreto— y la música, pasando del folk al tecno. Miles de jóvenes buscaban un lugar donde acampar y dejar sus bártulos mientras los autobuses no dejaban de llegar repletos. Ortigueira rebosa de nuevo al convertirse en el centro del mundo (celta).