Cuatro meses después de su marcha, Manolo Aller –Ponferrada, 1963– regresará hoy a Ferrol, su casa, y lo hará con un par de kilos de más en su equipaje. Es el resultado de las cinco medallas que ha logrado este verano, un verano histórico, con las selecciones de base y absoluta masculina. La última, el Eurobasket de Alemania, en el que el equipo del que forma parte como técnico ayudante de Sergio Scariolo –está en él desde 2015– acaba de conseguir el oro pese a que España no figuraba ni entre los ocho favoritos. “Tenemos que celebrarlo como se merece”, señalaba ayer desde el aeropuerto de Barajas, “y es que no puede ser de otra manera porque es una auténtica hazaña estar año tras año compitiendo y consiguiendo objetivos que no son fáciles”.
¿Tiene este oro un sabor especial con respecto a las medallas anteriores por las expectativas y por el hecho de que, de alguna manera, se cerraba el cambio generacional?
A todos nos gusta que los ránkings nos pongan como favoritos, pero no nos influyen ni cuando lo somos ni cuando en este caso no nos ponían ni entre los ocho primeros. Los ves, sí, pero no nos influyen porque tenemos muy claro dónde estamos y quiénes somos. Sabemos que las competiciones son muy duras y no pensamos más allá del campeonato que nos toca vivir en cada momento. Para mí, este campeonato sí tiene una connotación especial porque el cambio generacional es ya real y porque la inmensa mayoría de esos niños, exceptuando a Rudy, han empezado conmigo en selecciones de formación, en 2015 y 2016. A Willy Hernangómez fui a verlo al torneo de La Orotava por primera vez para ver si podía entrar en la lista sub 16. Y con Darío Brizuela, Alberto Díaz, Xabi López-Arostegui, Jaime Fernández, con Sebas Sáiz, con Juancho (Hernangómez)... Y coincidí con Lorenzo Brown en China cuando estuve allí con Juan Orenga. Son niños con los que empezamos entonces y por eso es especial ganar un campeonato en el que no contamos con nada más que con ir a competir; si la competición nos lleva como el año pasado en los Juegos Olímpicos al sexto puesto, estamos contentos porque hemos intentado hacer el trabajo, y si encima acaba bien, como este año, pues estamos doblemente orgullosos porque cuando ganas todo es una maravilla. La diferencia es que todos lo estamos celebrando como si fuera nuestro primer campeonato, pero hay que ser humildes y tener claro que no se gana siempre.
¿Podría destacar una clave que explique este éxito?
Una es imposible. Creo que la clave al final es ser nosotros mismos en función de lo que tenemos. Afrontamos los campeonatos desde el minuto uno sabiendo que va a ser difícil, que hay que trabajar mucho y que la camiseta está por encima de las individualidades. Eso ha sido siempre así, cuando estaban los Gasol, Navarro y Calderón y también ahora con los chicos nuevos, gente muy joven, como Usman Garuba, que tiene 20 años, o con Jaime, que tiene 21, o con Juan Núñez, que hizo la concentración hasta el último momento y que es júnior de primer año. Eso es más difícil porque son jugadores que, aunque son campeones en categorías de base, cuando llegan a la sénior ya se encuentran a lo mejor del mundo. La experiencia nos dice que hay que ir con los pies en el suelo y trabajar muy duro y con ilusión. Y eso es lo que hacemos.
Con los éxitos de las selecciones de formación de este verano, ¿cree que hay mimbres para que durante los próximos años la selección absoluta siga cosechando éxitos?
Al margen de que hayamos estado en nueve finales, tanto de niños como de niñas, tenemos muy claro que siempre hay mimbres. El año que sacas una medalla y eres cuarto o quinto, también. En España se trabaja muy bien el baloncesto y eso también es mérito de los clubes, de los entrenadores, pero no solo de Madrid o Barcelona, sino también, por poner un ejemplo, del Costa Ártabra. Hay una cantidad enorme de buenos entrenadores en clubes pequeños, y todo eso nos hace el trabajo más fácil a nosotros, que intentamos transmitir el compromiso con la camiseta. Este año nos ha salido todo bien y otros no tanto, pero seguimos en la misma línea, con los pies en el suelo y empezando a preparar lo siguiente, pues esto no para. Pero también hay que disfrutar del momento; la suerte que tengo es poder hacerlo en primera persona y que me llevo cinco medallas como cinco soles que no me las quita ni “san patrás”... (ríe)
Con selecciones con estrellas NBA como Grecia, Eslovenia o Serbia, ¿es positivo para este deporte que haya ganado un equipo sin grandes figuras?
Sí, este deporte, aunque lógicamente hay que tener buenas individualidades, es un juego colectivo. También es compromiso. Lo importante es tener claro el objetivo y, en nuestro caso, además tenemos la suerte de contar con Sergio (Scariolo), que es el auténtico gurú de todo esto, y también con el resto del equipo técnico. Todos llevamos mucho tiempo en esto y sabemos que no es cómo empieza, sino cómo acaba y que hay que trabajar desde el minuto uno hasta el cuarenta.