Había una vez un niño en Godella, Valencia, que quería llegar a las estrellas, pero no de manera metafórica, y a pesar de la vocación que iba a convertir a Perico Sambeat en astronauta, su trayectoria profesional lo llevó al gran mundo de la música, a estar en lo más alto dentro del jazz español.
El saxofonista tuvo “una crisis existencial a los nueve años”, comenta entre risas, en la que también se le pasó por la cabeza ser misionero, pero, sin embargo, y por “accidente del destino”, acabó dedicando su vida al cuarto arte, ese que se ha convertido, hoy en día, en un prisma para ver la vida. “Nunca fui buen estudiante y el segundo año que repetí me cargaron cuatro y, claro, estaba un poco desesperado”, recuerda.
Aún guarda un papel, ese en el que se le ponía nota a sus habilidades en diferentes disciplinas, “y en todos ponía muy bajo, pero en artístico, sin embargo, ponía solamente bajo”. En ese momento, y consciente de que “no me gustaba ninguno de los trabajos posibles de este universo”, decidió optar por los ritmos. Una decisión “por eliminación”. A las puertas de la edad adulta, el valenciano solo tocaba la flauta. A pesar de estos antecedentes, reconoce que siempre le dedicó mucho tiempo a este ámbito, tenía “una afición desaforada” y, echando la vista atrás, reconoce que si tuviese la oportunidad de volver a crecer, viviría de la misma manera.
Esta forma de estar, sin pretensiones, también se deja ver, en cierta manera, dentro de sus composiciones. “Me dejo llevar realmente, nunca me he parado a describir lo que hago, pero puede que se enmarque dentro de un jazz contemporáneo”, expone. Aun así, si lo que se busca es una descripción más precisa, el artista explica que sus creaciones tienen por bandera “la belleza y la honestidad, pero también la lírica y la energía”.
Hace referencia concreta a que no hay “inclinaciones comerciales ni nada parecido”, cuestión que “espero haber conseguido”, confiesa entre risas. Asimismo, sus proyectos, explica, “encarnan improvisación, interacción y mucha espontaneidad”.
Todas estas cuestiones hacen sinergia en, por ejemplo, “Kinesis”, el último proyecto en directo, que está “en pleno nacimiento”. Acompañado de jóvenes talentos, “con visiones muy contemporáneas que me encantan”, se está acercando al pop “de alguna manera”, con toques eléctricos o psicodélicos.
Sin embargo, esta no será la propuesta que se deje ver en las tablas del Pazo da Cultura el 15 de agosto a las 21.30 horas –en un concierto que, como el resto del Jazz de Ría, será gratuito–, sino que este escenario será encandilado por una fusión entre el género “de raíz” del valenciano y el flamenco, “una de las inclinaciones más importantes en mi vida musical”, reconoce, y que creó Flamenco Quintet.
Genera así una creación única entre dos estilos que “permiten muchísimas libertades y encajan bastante bien. Era una realidad inevitable que se traduce en una combinación feliz”, avanza.
Con respecto al resto de instrumentistas que le acompañan, reconoce que es “con quienes más feliz me encuentro, por la propia interacción. Nos conocemos muy bien y tenemos mucha complicidad, lo que hace que cada concierto sea una celebración, una conversación entre nosotros y el público que permite que ambos interlocutores se lo pasen realmente bien”, expone.
En este sentido, reconoce que cuando uno se sube a un escenario, “establece una conexión [con el resto de músicos] que, a fin de cuentas, es la finalidad de la propia música”; y es que, poniendo en perspectiva las vivencias de una trayectoria del calibre de la suya, asegura que “los mejores artistas con los que he tocado son aquellos que dejan de lado el ego”, sentencia Sambeat.