Con más de 60 espectáculos dirigidos y después de trabajar con nombres como Rafael Amargo, Enrique Bunbury o Terele Pávez, el director de teatro Carlos Martín (Zaragoza, 1962), junto a la compañía Teatro del Temple llega este fin de semana al Pazo da Cultura con un clásico de la cultura española: “Bodas de Sangre”.
Como él mismo explica, este estilo de puestas en escena, los “grandes textos”, tienen “una doble cualidad". Son obras más que conocidas que permiten que el patio de butacas lo disfrute de antemano, pero también tienen tal grandeza que es casi obligatorio llevarlos a tantos escenarios como se pueda de una forma diferenciada. En este caso, coincidiendo con el treinta aniversario de la compañía, decidieron apostar por la obra de Lorca “porque le teníamos ganas”, expone. También se han atrevido con Calderón de la Barca o Valle Inclán.
Mañana, las tablas de Narón contarán, a partir de las 20.30 h., con “un drama muy emocional e intenso” que habla de la muerte y el amor al que el grupo ha dado “un punto de vista”, cuestión que el director considera crucial.
“Queríamos desplazar la obra del costumbrismo”, expone Martín, por lo que han dado importancia a otras cuestiones que, en un primer momento, podrían llegar a pasar desapercibidas para el espectador. Entran en juego elementos como el vestuario, inspirado en las obras de la artista Lita Cabellut, o en la escenografía, contando con paneles de PVC translúcidos de diferentes tonalidades.
“El reto de los grandes clásicos es que tienes que añadirles una gran personalidad”, asegura el zaragozano, quien no duda en aseverar que “lo más desconocido puede ser lo más novedoso”.
A pesar de que esto parece jugar en su contra, la realidad es que su puesta sobre el escenario se ha centrado en algo “más amplio” que, promete, “sorprenderá al espectador".
Y es que en el fondo, Carlos Martín esta haciendo, en cierta manera, lo que siempre soñó cuando no era más que un niño, pues su profesión anhelada no era otra que dedicarse a jugar. Quizá por crecer con cuatro hermanos que convertían la casa en un patio de recreo o, puede que por la capacidad de invención de los más pequeños, la traducción en el presente, después de hacer desde un teatro “muy gamberro” hasta lucirse en tablas italianas, es que los clásicos también tienen espacio para la interpretación.