Uno de los problemas que no conjugan bien los nacionalismos, de cualquier seña, es el hecho de que hay gente en su territorio que no lo es. Se da por buena —y por mayoritaria— la idea —poco fundada— de un territorio más o menos homogéneo. Esa idea la explota el nacionalismo centralista hasta la extenuación; en su favor, claro, negándosela a los nacionalismos periféricos. El nacionalismo centralista defiende con uñas y dientes que, por ejemplo, Cataluña y el País Vasco son parte indisoluble de España. Pero no acepta que en aquellos territorios hay personas que no piensan de ese modo. El resultado de las urnas ha demostrado que España es plural. Y que lo es por mucho que se insista en verlo de forma amenazadora. Ojo, porque lo mismo aplica para el periférico.