Es probable que la mayoría de los coruñeses solo se subiese a uno cuando le tocaba hacer de anfitrión con amigos y parientes que viniesen de visita a la ciudad, pero muchos recuerdan los tranvías. Eran bonitos, entrañables y nos daban un aire cosmopolita. Como si fuéramos una suerte de Lisboa del norte. Lo que igual no se calculó del todo bien es la relación entre el coste de mantenimiento y el beneficio económico. Pero la idea sigue latente y de vez en cuando se escucha alguna voz que quiere recuperarla. En una urbe donde coches y autobuses comparten espacio (reducido) y que por nuestra seguridad es mejor no perforar demasiado –descartamos el metro–, un tranvía podría ser una solución. Uno que dé servicio real, claro. Piénsenlo: es eléctrico, más atractivo que un bus y le daría al Ayuntamiento una buena excusa para eliminar más carriles de circulación. Quisimos ser Lisboa y no funcionó, pero aún podemos ser Oporto.