hasta el Domingo de Resurrección hay siete días en los que se celebra una Semana Santa que recorre todas las calles y las iglesias del país, siete días en los que la procesión también va por dentro, de los bares y de los paladares que disfrutan de los platos típicos de esta festividad. La Semana Santa española se vive a través de todos los sentidos: la vista, con la ornamentación de los pasos; el olfato, al que inunda el incienso, el tacto, con el relieve de los pasos, el oído, de la mano de las saetas y los tambores y, por último el gusto. Un gusto que, ya semanas antes de esta festividad, reconoce el sabor de los platos principales y de los postres que están en camino. Para los católicos, ese camino comienza cuarenta días antes de la Semana Santa de la mano de la Cuaresma; ahí, el Miércoles de Ceniza y todos los viernes de Cuaresma, los católicos dejan de consumir carne, ya sea roja o blanca. Durante estos días, las torrijas, los buñuelos, el bacalao y los propios bares conquistan los estómagos.