Alberto Garzón, ese ministro con alma de censor que parece que ha hecho algún tipo de apuesta sobre a cuántos colectivos puede ofender mientras dure en el cargo, vuelve a la carga con sus sentencias sobre lo que podemos o no comer y los sectores que merecen su aprobación y esta vez ataca a la ganadería española –con la que parece tener fijación– hablando de “contaminación” y “mala calidad” de las macrogranjas. Y al Gobierno no lo queda otra que negar la mayor y alejarse todo lo posible de la postura del titular de Consumo, del que asegura que habla a título personal. Más le valdría limitar sus apariciones en los medios de comunicación o al menos darle una directrices sobre qué perlas no debería soltar. Desde luego, gastaría así menos energía que teniendo que salir a desmentirle cada dos por tres. Por no hablar de lo complicado que se le pone defender su continuidad en el Ejecutivo cada vez que arrecian las peticiones de dimisión.