Que el deporte es una de las mejores actividades para los jóvenes no lo vamos a discutir. Queman calorías, frustraciones y euforias, se ponen cachas y aprenden esas cosas tan encomiables del trabajo en equipo y tal. Las pistas al aire libre que pululan por nuestro entorno son punto de encuentro importante para los chavales que, de otro modo, malamente podrían practicar su deporte favorito o, incluso, reunirse. Lo malo es que somos muchos a repartir el pastel y lo que a uno le mola, a otro le joroba. La juventud de hoy -si no tiene nada que hacer al día siguiente, claro- tiende a ser noctámbula y que uno quiera dormir y le estén machacando los tímpanos toda la noche con la pelotita rebotando en el tablero y gritos de “Pásame, tío”, “Eres un paquete”, “Venga, neno”, etc., más que agradable, es cabreante. Así las cosas, el Concello ha puesto horario al uso deportivo de las pistas. Lo malo es si ahora se reúnen en los mismos sitios para ensayar con la rondalla... o hacer botellón. ¿A que eso no lo pensaron?