El vandalismo campa a sus anchas entre las personas ignorantes, incapaces de evaluar con una mínima perspectiva la magnitud de sus actos. Un simple bote de pintura o un espray en manos equivocadas se convierten en armas destructoras del patrimonio. Los daños ocasionados en los petroglifos de Bamio o en el histórico Muíño da Seca de Cambados deben hacernos reflexionar sobre la necesidad de insistir en la educación para que los jóvenes crezcan sabiendo lo que se perderían si alguien insensible a la cultura disfruta destruyendo lo que el resto de la humanidad ama, el arte.