La Universidad, dejó escrito don José Ortega, es la institución pedagógica más importante que la sociedad se dotó a sí misma. De su funcionamiento depende la formación de profesionales, que es fundamental para el desarrollo cultural y científico, tecnológico e industrial de la comunidad y, en consecuencia, el progreso del país.
Eso explica que la actividad y problemas de las doctas instituciones interesen a todos y a nadie se le escapa que para cumplir con sus objetivos necesitan recursos económicos. Por eso, el anuncio del presidente de la Xunta de que las universidades gallegas contarán con 3.208 millones de euros para el periodo 2022-2026 es una excelente noticia que los tres rectores recibieron con satisfacción. Ese volumen de recursos para financiar el plan quinquenal las blinda económicamente y les permite dotarse de equipamientos y edificios dignos y trabajar libres de preocupaciones económicas.
Solventada la financiación, la universidad gallega tiene ante sí muchos retos de los que sobresalen dos inaplazables. El primero es hacer frente al envejecimiento. La edad media de los catedráticos es superior a los 60 años y uno de cada seis docentes está en la recta final de su carrera.
Este problema del personal docente es especialmente grave en la Facultad de Medicina que se está quedando sin profesores que formen a los futuros médicos. Tampoco hay relevo ante las muchas jubilaciones que se avecinan porque a los estudiantes que acceden a la especialidad clínica por la vía MIR no les atrae la docencia. Huelga decir que, a medio plazo, peligra la calidad de la atención sanitaria de la población enferma.
El segundo desafío, este permanente, es en palabras del Conselleiro Romás Rodríguez, apostar por “la docencia innovadora y la investigación avanzada”. Sus dirigentes y docentes han de tener la mente porosa para captar y analizar el dinamismo de esta sociedad y buscar la eficiencia actualizando titulaciones, planes de estudio y programas para responder a las necesidades y exigencias de esta misma sociedad, compleja y en permanente cambio.
Volviendo a Ortega, su misión sigue siendo la transmisión de la cultura, la enseñanza de las profesiones, la investigación y la formación de futuros investigadores “en modo siglo XXI” para evitar lo que dice Andreas Schleicher, creador del Informe Pisa, que “la educación española prepara a los alumnos para un mundo que no existe”.
Por eso, deben grabar en el frontispicio de sus aularios la Ley de Revans: “Toda organización que quiera sobrevivir tiene que aprender al menos con la misma rapidez con que cambia el entorno”. Para evitar la obsolescencia institucional y ser útiles a la sociedad.