No soy quién para dar consejos, pero sí para dejar en letra impresa mis opiniones como periodista y lo voy a hacer en este artículo. Mi introducción está relacionada con el acontecimiento escrito que movió muchas conciencias estos días y se refiere a las declaraciones que publica una revista de gran tirada a nivel francés, y que saldrán en un libro un tanto confidencial de próxima aparición. Hablo del rey emérito Juan Carlos I que descansa, con todo tipo de comodidades, a miles de kilómetros del país en el que reinó durante décadas.
Me han parecido inoportunas, fuera de lugar, y, sobre todo, realizadas en el peor momento cuando se están cuestionando de manera muy directa posibles comparecencias motivadas por temas del fisco y de las declaraciones económicas, no hechas en su momento, que ahora se intentan solventar con complementarias. Las manifestaciones dejan en un lugar no muy bueno a su hijo, el actual Rey Felipe VI. Sus consecuencias creo que no las supo o no quiso medir en su totalidad el rey emérito. Unas declaraciones que vuelven a dar pie a los que no son amantes ni partidarios de la Monarquía Parlamentaria, para que vuelvan a reclamar con insistencia la creación de la República de España.
Insisto que Juan Carlos I se ha ido de su habitual verborrea en el peor de los momentos, cuando nuestro país pasa por graves problemas económicos y se sigue manteniendo la relación Gobierno y Casa Real con unos finos hilos que, con manifestaciones como las del emérito, pueden llevar a romper lo que ahora parece un pacto de entendimiento y de actuación de manera conjunta y sin fisuras.
Juan Carlos I desde los Emiratos Árabes a los que se fue por voluntad propia, y no como ocurrió con antecesores de su familia que tuvieron que salir de España por cuestiones políticas, lanzó una serie de afirmaciones que de manera directa y también colateral afectan a su hijo y miembros de la Familia Real. Son temas demasiado serios para dejarlos impresos en papel de revista o en el paginado de un libro. El servicio a España, a esa España de la que él fue rey durante tantos años, está por encima de decisiones tan arbitrarias y que pueden causar un daño bastante irreparable. Del emérito, y cuando era rey, nos podemos fiar bastante poco y si no recuerden aquellas palabras: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Aquello que, todos sabemos, creemos que no lo volvió a repetir, pero está haciendo otras cosas muy molestas y a la vez peligrosas. Le recuerdo el encabezamiento del artículo: “En boca cerrada…” A buen entendedor sobran palabras.