Valores

Es cierto que los avances tecnológicos si se hace un uso adecuado y racional de ellos facilitan el bienestar de las personas, lo que pasa es que con frecuencia ese buen uso no siempre ocurre.


La utilización que se está haciendo de las redes sociales y, en general, de otros medios comunicacionales no es precisamente para mejorar la vida ni la convivencia entre las personas. Pero como dicen los escépticos con la astrología, “las estrellas inclinan pero no obligan”. Con las redes ocurre lo mismo. En todo caso, no vamos hablar aquí de inclinaciones ni de adivinanzas, sino de valores.


Es obvio que la tecnología por sí sola no determina los valores de una sociedad. Lo que los determina es su modelo económico. El problema surge cuando ese modelo convierte las relaciones humanas en mera mercancía, pues llegados a ese punto no hay valores que puedan resistir ni permanecer. Y eso es lo que está ocurriendo.


Algunos sociólogos aseguran, basándose en los despropósitos tanto sociales como políticos que suceden hoy en día, que tales conductas son señales claras de un modelo en crisis, agotado, que nos ha llevado a una confusión brutal y a la soledad en la que nos 

encontramos.


Parece irónico que viviendo en la era de las comunicaciones nunca tanta soledad han experimentado las personas. En el ambiente flota una malsana tristeza colectiva. Teniendo en cuenta que los humanos somos animales sociales, lo que está ocurriendo va en contra de esa esencia.


El individualismo extremo; la ausencia de una comunicación real; la competitividad feroz; el querer alcanzar el “éxito” y no poder; los complejos o los egos exacerbados. Todas esas situaciones y actitudes lo único que están logrando es inocular estrés, rabia, frustración, violencia, que son las culpables de activar en un momento dado ciertos comportamientos erráticos, desquiciados, insanos, impredecibles.


La realidad es que los valores que ayudaron a los avances sociales en un pasado no tan lejano fueron vaciados de contenido, etiquetados como un producto más de consumo, una engañifa para teatralizar un vodevil social y político. Así que no sorprende que aparezcan y se reproduzcan todo tipo de conductas; algunas brutales.


En su afán de buscar unos minutos de fama hay personas o grupos, mayormente jóvenes, que son capaces de hacer cualquier cosa para que los medios hablen de sus “hazañas” aunque sea sacando lo peor de su interior.


Hay quien asegura que tales conductas son el producto de un modelo educativo en quiebra. Un modelo que lo único que reproduce, además de crear ciudadanos para que no piensen por su cuenta, son los mismos “antivalores” que circulan las 24 horas del día por todo el espacio audiovisual.


La gran falacia que nos han hecho creer es la que encierra esa mágica frase de “educar en valores”, frase que repiten como un mantra muchos profesionales de la enseñanza y psicólogos/as de la nueva ola. La verdad es que nadie entiende muy bien de qué valores están hablando cuando, por otro lado, los jóvenes se ven forzados a crecer en una ciénaga audiovisual.


La realidad es que no hay educación en valores que valga cuando las Humanidades han dejado de ser un vínculo fundamental para formar personas. O cuando en los medios audiovisuales se promueve directa o indirectamente todo tipo de violencia, psicológica, física, de género, etcétera. Cuando tal ambiente se vive y se respira día tras día lo de educar en valores pasa a convertirse en una frase. O en el peor de los casos en una triste farsa.


Todo esto lo que indica es el agotamiento de una manera de vivir imposible que se precipita hacia el abismo. Un estilo de vida que además de no solucionar los problemas reales de la gente crea otros nuevos hasta convertirlos en mercancía de consumo, creando más problemas, más consumo y más ganancias para algunos. Lo de nunca acabar. Hasta que un buen día el modelo, si antes no se reforma, alcanza su insostenibilidad.


Y parece que hoy nos encontramos en ese punto.

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