La pérdida de fuelle de los independentistas que quedó registrada el pasado sábado en la Diada -la manifestación menos numerosa de los últimos diez años- podría haber sido una buena noticia de no ser porque los principales actores de esta farsa política hacen como que no se dan por enterados de la mengua de apoyo popular a la causa separatista. Se hacen los sordos, pero han bajado el tono.
ERC, que preside la “Generalitat” y toca poder real -presupuesto y nombramientos- después de muchos años de espera, no impulsará otro “procés” pese a que Pere Aragonés reclame con la boca pequeña la celebración de un referéndum de autodeterminación para el año 2030. No hará nada parecido a la sedición que dio con los huesos de Oriol Junqueras en prisión.
Han tomado nota de la fortaleza del Estado y aunque acuden a la mesa bilateral con el Gobierno de España con algunos de los políticos que pasaron por la cárcel y después fueron indultados, las bravuconadas del tipo “lo volveremos a hacer”, se quedarán en las palabras.
Pedro Sánchez viaja a Barcelona “liderando la representación del Gobierno” - son palabras suyas- con la intención de ganar tiempo. La continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa depende del apoyo parlamentario de ERC a los Presupuestos y en Cataluña Aragonés está en manos de sus socios al tiempo que enemigos.
Los dos se mueven en el alambre pero Sánchez tiene acreditada una larga trayectoria como funámbulo y su objetivo no es otro que alargar las conversaciones orillando la exigencia de los independentistas para acordar la celebración de un referéndum de autodeterminación o algún tipo de consulta que quizá por la vía de la reforma del “Estatut” pudieran presentarla como tal. Sean cuales fueren las exigencias de los partidarios de Puigdemont, Sánchez y Aragonés no romperán porque se necesitan. Aragonés sabe que mientras esté Sánchez en La Moncloa desde Cataluña podrán seguir ordeñando la vaca del Estado. Cosa que podría cambiar si llegara a gobernar la derecha.
Lo que se avecina alrededor de la mesa es una representación. Un teatrillo en el que aparte de ceder algunas transferencias Sánchez va a ganar tiempo para recomponer su imagen. Y, pase lo que pase, no romperán. Por lo menos hasta que no hayamos agotado la legislatura.