No sé a quién se le habrá ocurrido que el tradicional encuentro veraniego en Marivent entre el jefe del Estado -Felipe VI- y el del Gobierno -Pedro Sánchez- se celebre este año algo anticipadamente, concretamente el 3 de agosto. Es decir, el mismo día en el que se cumple un año de la marcha, precipitada, agitada y aún hoy inexplicada, de Juan Carlos de Borbón a un destino tan extraño como Abu Dabi. Una coincidencia que no es un acierto, desde luego, si de lo que se trataba era de propiciar un imposible olvido de la controvertida figura de quien reinó en España durante casi cuarenta años.
Sobre este ‘primer aniversario’ hablaba abundantemente la prensa de este domingo, aportando detalles interesantes, pero no la clave de una ‘expatriación’ que se ha convertido en un enorme problema de Estado. ¿Cómo pensar que el Rey y el presidente del Gobierno, que estuvieron plenamente de acuerdo en aquella sigilosa marcha a los Emiratos, no van a hablar el martes de cómo desatar el nudo gordiano que se creó con lo que parecía una huida, o un destierro, o quién sabe, aún a estas alturas, qué?
La absoluta falta de transparencia con la que se ha tratado la saga/fuga de Juan Carlos ha propiciado, claro está, rumores, especulaciones, cotilleos, desconfianzas en las versiones oficiales. Hoy, hasta la noticia de que Juan Carlos I habría viajado alguna vez desde Abu Dabi hasta las islas Seychelles es tratada como si fuese un secreto de Estado. Todos, amigos y fuentes oficiales, mantienen un escrupuloso silencio que evidencia lo embarazoso de una situación, la del llamado Emérito, a la que parece que ni la Fiscalía ni la Agencia Tributaria son capaces de poner fin de una vez.
Independientemente del resultado final de las investigaciones en marcha sobre las irregularidades fiscales de Juan Carlos I, e incluso al margen de la opinión sobre él de los españoles, reflejada en encuestas oportunas y apresuradas, lo evidente es que el padre del Rey se ha convertido en un problema político de primera magnitud; para la Monarquía y para el propio Gobierno, que es hoy, se quiera reconocer o no, el principal sostén de esa Monarquía encarnada por la figura prestigiosa de Felipe VI.
Esperar, como algunos pretendían, que la opinión pública, y la publicada –hay cantidad de reportajes y series televisivas en marcha sobre la figura de Juan Carlos de Borbón–, se olviden sin más de una de las historias más apasionantes que los españoles hayan conocido en décadas, es pretensión inútil. Así que algo nuevo, un plan diferente, tendrá que surgir de la cumbre en Mallorca entre el jefe del Estado y el del Ejecutivo. Prohibir cualquier contacto con el emérito, dificultar su vuelta –con lo peligroso que sería que Don Juan Carlos sufriese un agravamiento de su salud, o un percance peor, su muerte, fuera de su patria–, permitir que la aventurera y el policía corrupto parezcan creíbles en sus ataques a la figura del ausente y silente, ha sido una estrategia sin duda equivocada. El ‘plan de Marivent’, si es que de allí sale alguno, tiene que incluir la planificación del regreso a España de quien, con todos sus errores y abusos, hizo no poco por la democracia en su país. Luego, ya se verá lo que se hace con él. Ah, si Carmen Calvo e Iván Redondo contasen todo lo que saben...