Hay muchos Pequeño Nicolás

Llevamos meses saturados de mucha información sanitaria, económica y política que reclama atención, pero hoy decidí escapar de esa vorágine informativa y dedicar este comentario a Francisco Nicolás Gómez Iglesias, el “Pequeño Nicolás”, que acaba de ser condenado a tres años de cárcel por aquella visita que organizó a Ribadeo en 2014 con una gran exhibición motorizada que anunciaba la llegada de una personalidad importante para impresionar a un empresario.


Este joven madrileño, escribí entonces, se presentaba como asesor de cargos políticos importantes y vendía su papel de gran conseguidor ante gente distinguida que, por si acaso, se arrimaba al poder que él decía ostentar. Consiguió codearse con lo más granado del mundo de la política, de la economía y de la sociedad y en su red cayeron políticos, empresarios y personajes de renombre de la vida social.


Hace pocos días compareció en la Audiencia Nacional y su declaración recuerda las adversidades del Lazarillo de Tormes. “Lo que quería, dijo al tribunal, era tirarme el pisto con el empresario y hacer un viaje pomposo… Porque con la edad que yo tenía y mi inmadurez quería asemejarme a los mayores, tener más poder y creerme poderoso. Pedí que fuera un viaje que pareciera que yo era una persona importante. Era lo que quería perecer…, nunca una autoridad”.


Pero su figura y aventuras no respondían al cliché del “muchacho desgraciado de mal vivir” de la picaresca, sino que tenían el perfil de un “pícaro de la era global” con deseos de gloria y de triunfar en la vida que se arrima y abre camino entre la gente acomodada.


En este sentido, el Pequeño Nicolás fue un producto de aquellos años “post crisis” en los que muchos farsantes vivían del tráfico de influencias y los aprendices, como él, “querían relacionarse con poderosos para saciar su ánimo megalómano” y obtener un dinero para mantener su status ficticio. Aquel ambiente social explica que construyera un impresionante currículo de relación social que dejó en ridículo a instituciones del Estado y a “gente elegante”, tan abducida como él por el poder, el enriquecimiento y el ascenso social.


Decía doña Concepción Arenal “odia al delito y compadece al delincuente”. Su condena seguro que es conforme a derecho y, más allá de los cargos que le imputa la justicia, las “travesuras delictivas” de este muchacho, que ahora quiere huir de su pasado, inspiran ternura y compasión.


Pero que se sepa que por este suelo patrio andan sueltos muchos embaucadores profesionales, corruptos confesos, mentirosos compulsivos, narcisistas trastornados y una cuadrilla de políticos inmaduros con mando y poder que son mucho más peligrosos que el Pequeño Nicolás. Pongan ustedes los nombres.

Hay muchos Pequeño Nicolás

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