Cuando Isabel Díaz Ayuso metió al rey en el ajo, a Pablo Casado, que estaba a su vera, se le puso la misma cara que a Errejón cuando su entonces socio, Pablo Iglesias, salió con lo de la cal viva en el Congreso de los Diputados. Pese a que la tenía a su lado, a resguardo de la foto indeseable, confinada en las aguas jurisdiccionales de la sede de Génova, está visto que Casado no puede hacer carrera ninguna de ella.
La invitación de Ayuso al monarca para que incumpla sus deberes y se cisque en la Constitución que los establece, sintonizaba a la perfección con la performance que una Rosa Díez desatada, tan desatada como ignorada electoralmente, democráticamente, por los españoles, había montado en la plaza de Colón para mayor gloria de la ultraderecha capitalina y sonrojo del decoro político e intelectual.Es cierto que el tal Trapiello y el chico ese que salió arengando a las juventudes patrias para emprender no sé qué revolución pendiente, ayudaron a Díez en el empeño de convertir su acto en un añejo aquelarre nacionalista donde se repartían cédulas de buenos y malos españoles como en las movidas del “procés” se repartían las de buenos y malos catalanes, pero le faltó Ayuso en el estrado para que aquello fuera ya la repanocha.
Es una pena que con la que está cayendo, la entronización de la heredera designada por Iglesias en Podemos, el duelo del PSOE andaluz ganado por Espadas, la inconsciencia colectiva e institucional al dar por vencida la pandemia otra vez antes de tiempo, el horror de las muchas mujeres asesinadas no bien decayó el estado de alarma, o la burda utilización que el feminismo más loco y androfóbico está haciendo del doble filicidio perpetrado por un canalla (“Justicia feminista”, reclama Irene Montero, anteponiendo groseramente el móvil del parricidio al irreversible daño a las víctimas, dos menores), es una pena que con todo lo que está pasando, digo, tenga uno, ni nadie, que ocuparse de la última de una Rosa Díez ya en los aledaños de Vox, si es que no es su centro.
Cuando Isabel Díaz Ayuso vino a emplazar al rey a negarse a rubricar el decreto de los indultos que el Gobierno de España le pase a la firma, Casado procuró poner cara de Casado tras la mascarilla, pero le salió la de Errejón cuando lo de la cal viva. Y mira que la tenía a su lado, pegados ambos a la sede del PP no fueran a hacerles por ahí la foto maldita para la que Ayuso habría posado tan campante, pero está visto y más que visto que no puede hacer carrera ninguna de ella.