TENÍA razón Valdano cuando aseguró que Seedorf tenía un piquito de oro. El holandés dio un recital en su presentación y además con una sonrisa en la boca, pese a que esta temporada el negro se lleva más que el blanquiazul en Riazor. Su mensaje enganchó a la afición, que lo recibía con escepticismo. Reconoció que la situación es tan mala que solo se puede ir a mejor, idea que comparten con él los seguidores, y añadió que al futbol no se juega hablando. Dicho y hecho, porque llegó a Abegondo, en cuyas gradas había ducias de siareiros que querían conocer sus métodos de trabajo, e impuso a la plantilla dos sesiones de entrenamiento –seguro que alguno volvió a casa con agujetas–. Entre una y otra jornada laboral, a comer juntos al hotel Finisterre. Y lo meor es que parece que ha rebrotado la ilusión. Ahora solo falta que los jugadores se contagien de esa alegría y empiecen a demostrar sobre el campo que saben darle al balón. Si lo consigue, durará poco en A Coruña, pero el deportivismo habrá recobrado el ánimo y habrá que agradecérselo. A ver si va a ser una cuestión del pasaporte, porque Babel también salió de pana. FOTO: seedorf, durante el entrenamiento de ayer | patricia g. fraga