Si uno no conociera físicamente a Pablo Iglesias seguro que podría pensar, por sus declaraciones, que se trata de uno de esos niños de la posguerra a los que el golpe de estado de Franco frustró su juventud. Solo así se puede comprender la facilidad con la que las palabras “golpe de estado” llegan a su boca. Que si el PP les acusa de crear malestar en la Guardia Civil con sus arbitrariedades, pues los populares están incitando a la sublevación del cuerpo. Que los de Vox le dan caña, pues es que los de Abascal, en el fondo, lo que quieren es dar un golpe de estado, pero no se atreven. Y ante este modo de actuar solo cabe preguntarse si su mensaje cala entre sus votantes. Si, a estas alturas de la democracia española, todavía hay quien cree que existe un riesgo real de golpe de estado. A lo peor el problema es que le traiciona el inconsciente. Como cuando hablaba de las cloacas del estado y luego, supuestamente, él mismo se quedó con información confidencial de una colaboradora sin que se sepa aún muy bien por qué. Da miedo pensar que este hombre se sentará en la mesa decisoria del CNI. FOTO: pablo iglesias | efe