Al circo le crecen los enanos

Al circo le crecen los enanos
Julio García Iglesias

Pasen, señores, pasen... Niños y niñas, señoras y señores... Pasen, pasen... Pasen y vean... El más difícil todavía... El triple salto mortal de nuestros intrépidos trapecistas... Auténticos tigres de Bengala... Focas malabaristas... Una familia de elefantes muy obedientes... Fieros leones traídos de la selva africana, que pasarán por el aro del afamado domador Monsieur Dupont con su látigo de siete puntas... La mujer barbuda, procedente de la estepa siberiana... Los perros equilibristas de la señorita Equis... Y la risa de todas las risas, que harán las delicias de niños y mayores... ¡Los payasos del Circo! En la Plaza de Sevilla se instalaba, seguramente cada año, el Circo Atlas de los Hermanos Tonetti, que no era precisamente “el mayor espectáculo del mundo”, pero que olía al nomadismo circense y un poco triste de los Circos itinerantes, con su atrezzo colorista y su trajín de artistas de andar por casa. Y además tenía a la mejor pareja de payasos de todos los tiempos, los Tonetti, y que me sea perdonada la hipérbole, que es memoria emotiva de infancia. 
Este próximo día 21 de mayo, el Circo Ringling celebrará su última función después de 146 años de memorables actuaciones. Éste sí fue “el mayor espectáculo del mundo”, y aunque coincidan también otras circunstancias para helarnos el alma con su desaparición, es sobre todo esa “carga candorosa de humanidad” de los llamados por mal nombre animalistas, que amparados en la naturaleza débil, y estúpida, y cínica, y ambigua, y equívoca, y líquida, y grosera, de una sociedad cuyo corpus jurídico, tantas veces, antes ampara al delincuente que protege del delito, haciendo una lectura deliberadamente ruin de la proba intención de Concepción Arenal, es con tal motivo, digo, que los llamados “derechos de los animales” y especies de conclusión semejante, hacen imposible la pervivencia del Circo.
Son tiempos de confusión y, sobre todo, de estólidas vindicaciones pintorescas, asentadas en una atroz ignorancia, unas consideraciones primarias, elementales, hechas siempre a mayor simpleza, y una permisividad complaciente por parte de un cuerpo social cada vez más adocenado y ramplón, no mayoritario pero sí inquietante y ruidoso en su provocación, muy sobre todo porque no espera respuesta contraria y contundente. 
El hombre, en su evolución, siempre lo hizo contra la Naturaleza, y también siempre procuró, por propio instinto de supervivencia, la canalización de los ríos, el establecimiento de reservas naturales, la orientación y protección sistematizada de otras especies animales y vegetales... Claro que, todo ello, en según qué épocas y posibilidades potenciales, con diferente sensibilidad, eficacia y rigor de conciencia, pero en esencia esto fue así, y es de muy fácil reconocimiento. Cierra el Circo, el mayor espectáculo del mundo, después de siglo y medio de fecunda vida. Y no habrá manifestaciones reivindicativas, ni apoyos expresos, ni condolencias, ni ánimos, ni gratitud... Y se apagarán las luces, y las risas, y el asombro boquiabierto de los corazones infantiles ... Y sólo quedará el bostezo gris y eterno de lo insustancial, o sea, la mueca del odio explícito y resentido, en realidad, hacia la espontánea sonrisa de un niño... ¡Qué animales...!

Al circo le crecen los enanos

Te puede interesar