Vaya por delante que la gestión de la ministra de Exteriores, González Laya, ha sido, cuanto menos, desacertada en las maneras de la traída a España del líder del Frente Polisario. Que el intento de hacerlo por la puerta de atrás, ocultándoselo a Marruecos y a la opinión pública española, ha resultado una verdadera pifia que nos recuerda a la crisis del aterrizaje de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez y el inefable papelón del ministro Ábalos. Pero que Marruecos “invite” a familias y a miles de adolescentes a llegar a nado a Ceuta, es el chantaje de un vecino que no tiene escrúpulos a la hora de utilizar a sus ciudadanos poniendo, incluso, en riesgo sus vidas.
La Unión Europea, que no ha sido capaz de consensuar una política migratoria común, que normalmente pone en evidencia, y sin rubor, su insolidaridad con los paises de la cuenca mediterránea, receptores de las llegadas de sirios, libios, y subsanaríamos que huyen de las guerras y el hambre, prefiere pagar a Marruecos para que haga de represor. Saben los dirigentes europeos que para el Gobierno marroquí y para Mohamed VI, el respeto a los derechos humanos es una signatura pendiente, lo que propicia el abandono y los malos tratos. Aún así, miran para otro lado y subvencionan al régimen alauita con generosas partidas. Mejor que Marruecos haga de carcelero a tener que enfrentarse a la incómoda realidad de un socio como Hungría que no admite ni un cupo de refugiados y que ha cerrado sus fronteras con alambradas cortantes. El palacio Real de Rabat, enfrentado a la comunidad internacional por el tema del Sahara, recibió un inesperado espaldarazo con la decisión de Trump de reconocer su soberanía sobre la ex colonia española a cambio de establecer relaciones con Israel. En medio de los bombardeos en Palestina, Joe Biden llamó ayer a Mohamed VI para refrendar el apoyo porque su política de respaldo a Netanyahu está recibiendo críticas desde sus propias filas demócratas.
Y, en medio de este terremoto geopolítico, Marruecos ha visto la oportunidad de tensar la cuerda en sus relaciones con España que no pasan por su mejor momento. Pero el chantaje tiene un límite y la llamada a consultas a su embajadora en Madrid, solo por el anuncio de la visita a Marruecos de Pedro Sánchez, no tiene un pase. ¿Desde cuando un presidente español no puede visitar una parte de su territorio? ¿Hay que pedir un placet a Rabat para poder pisar las dos ciudades autónomas? Y más cuando a la misma hora la policía marroquí abría la verja e invitaba a su población a cruzar a Ceuta. La imagen de un guardia civil sosteniendo en el agua a un bebé marroquí da cuenta de la diferencia de respeto por la vida de uno y otro lado de un espigón en la playa del Tarajal.
Como Marruecos solo quería echar un nuevo pulso y hacer una demostración de fuerza, hoy ha vuelto a cerrar las fronteras, mientras en Madrid, y en un alarde de oportunidad, PSOE y PP utilizaban esta crisis para volver al enfrentamiento en la sesión de control. Ha sido un nuevo aviso de la fragilidad de unas tensas relaciones y de un problema, el de la inmigración, que necesita una salida común europea. Sin más demoras.