La mitad de la población de Calcuta está infectada, según revelan, impotentes, los médicos de la ciudad. El virus se las ha arreglado para penetrar como una daga afiladísima en los tejidos del hacinamiento y la miseria mediante una laberíntica combinación de mutaciones en la que el propio virus se pierde y enloquece. En el área metropolitana de Calcuta viven unos quince o veinte millones de personas, y ahora a la mitad de ellos les falta el aire mientras aquí, a tiro de piedra, a vuelo de avión, hay quien se dedica a mandar vía postal proyectiles de Cetme, y quien fundamenta su oferta política en el dudoso paraíso de las tabernas.
También hay aquí quienes, incluso si desembarca en España la multicepa hindú, como ya lo ha hecho en Suiza, en Italia o en el Reino Unido, no quieren ni oír hablar de confinamientos, a los que tachan de ardid social-comunista para robar la libertad a los españoles. En Calcuta, donde las autoridades han ordenado un confinamiento domiciliario estricto, mucha gente no tiene dónde confinarse, pues carece de domicilio precisamente. La frontera entre la vida y la muerte es allí incierta, difusa, pero la pandemia se encarga de recordarnos que, por muchas cañas que nos tomemos en friolentas y desabridas terrazas, aquí también lo es.
Nuestros ciento y pico muertos diarios por coronavirus no son los miles de la India, pero sí lo son. Con cada ser humano que muere, el mundo se acaba. Aquí y allí. Pero es que, encima, ya no hay aquí y allí, sino un solo espacio, la Tierra, a merced de un mismo tósigo universal e invisible. Sin embargo, mientras en Calcuta las criaturas se desploman tratando de llegar a hospitales repletos y devastados, y las calles se llenan de piras funerarias, e incluso escasean los sudarios para envolver tanto cadáver y los hampones desvían al mercado negro las codiciadas botellas de oxígeno, aquí andamos haciendo remilgos a la AstraZeneca y las cuentas de la lechera para cuando se acabe lo que no se acabará en tanto no se acabe también en la India, en Brasil, en África y en el último rincón del mundo.
En Calcuta, la mitad de la gente está infectada, y en el país, el más poblado de la Tierra junto a China, no bajan de 300.000 los contagios diarios. Bendito Fernando Simón, que cree que no tendremos ningún caso de esa variante. O, como mucho, uno o dos.