Solo hay una probabilidad entre cien mil de que le toque a uno el Gordo en la Lotería de Navidad, más o menos la misma que de sufrir un trombo al recibir una dosis de la vacuna de AstraZeneca. Sin embargo, las interminables colas que se forman en vísperas del sorteo del 22 de diciembre ante Doña Manolita, la Bruja de Oro y similares, deberían convencer a las autoridades sanitarias de que apelar a la razón y a la estadística para quitarle el miedo a la gente es inútil.
Solo hay una probabilidad entre cien mil para que el Gordo recaiga en el número de nuestro décimo, pero cuantos adquieren uno lo hacen con la firme expectativa de que recaiga precisamente en el suyo. Del mismo modo, y por la misma razón o sinrazón, la remota posibilidad de que la vacuna anglo-sueca produzca en uno efectos indeseables no aminora la expectativa de padecerlos, sino antes al contrario. Así pues, si lo que se quiere es que las personas accedan a recibir el inquietante inyectable, y no falten a su cita como está ocurriendo masivamente en Madrid en los últimos días, más que tirar de estadística, o de insistir en que los beneficios de ese suero son superiores a los riesgos (¡acabáramos!), convendría recordar, sin más, que ésto es la guerra, y que en una guerra no se puede andar con melindres.
La historia de la AstraZeneca es tan corta como accidentada: en el pasado septiembre, cuando la vacuna se hallaba en la Fase 3, hubo de interrumpirse durante una semana el proceso al sufrir uno de los voluntarios que la testaban una reacción extraña y gravísima que nunca fue del todo aclarada. Reanudado el proceso, y ya en la Fase 4, que es más o menos en la que se hallan hoy todas las vacunas anti-Covid, aparecieron las pillerías, los incumplimientos y el desabastecimiento, y, como remate, la revelación de unos centenares de casos de trombos, algunos con resultado fatal, relacionados con la administración del específico. Nadie puede censurar a nadie por no fiarse demasiado de la marca, por mucho que la haya cambiado por un palabro impronunciable.
Si uno cree que le puede tocar el Gordo, también cree que pueda tocarle lo otro. Además, contraviene la lógica, y la esperanza, la perspectiva de que recibir un medicamento estando sano pueda acarrear enfermedad. Por todo ello, nadie puede censurar, ni combatir siquiera, ese miedo, pero sí apelar al valor y a la cordura para vencer a la Pandemia en esta guerra con el único arma que la puede derrotar, la vacuna.