Ayuso acabará con Sánchez

Uno no recuerda un caso similar al de un jefe del Gobierno trasladando a un viaje al exterior una pelea electoral interna. Es lo que hizo Pedro Sánchez en Angola, sugiriendo que la Comunidad de Madrid, que lidera su aborrecida Isabel Díaz Ayuso, falsea los datos de la pandemia.


Algunos graciosos hablaron de ‘odios africanos’, pero la verdad es que la cosa tiene poca gracia: la pelea a muerte entre la presidenta de la CAM y el presidente del Gobierno debilita la lucha contra el virus, y, eso sí, favorece claramente las posibilidades electorales de la primera frente a un PSOE donde el valioso Ángel Gabilondo permanece como en segundo plano, atento al duelo al sol entre su jefe Sánchez y la señora Ayuso. Un pugilato que, de momento, tengo la impresión, va ganando ella: a este paso, acabarán votándola todos los que tienen inquina al Gobierno, olvidando que la pelea se circunscribe a la Comunidad de Madrid. Y va ganando ella porque, entre otras cosas, el presidente del Gobierno central no pudo luego sustentar sus insinuaciones de falsificación de datos, y se tuvo que tragar, glup, el sapo de las palabras de su rival: “Cree el ladrón que todos son de su condición”. Como la campaña electoral siga a este ritmo, el huracán Ayuso no solamente ganará por goleada a Gabilondo, sino que acabará con el mismísimo Pedro Sánchez y, de paso, puede que hasta con su propio jefe de filas ‘popular’, Pablo Casado.


Todo empezó cuando Sánchez, ocupando el puesto que le hubiese correspondido a la excesivamente discreta ministra de Sanidad, Carolina Darias, salió a la televisión a proclamar, ufano y como si el vacunador fuese él mismo, un alentador calendario para la inmunización de los españoles. Era necesario, aunque, ya digo, quizá le hubiese correspondido a la titular de la cosa, tranquilizar los ánimos encrespados. En ese momento, el pasado lunes, todo eran buenas noticias acerca de la llegada de vacunas procedentes de diversas partes, y toda la polémica, con la señora Díaz Ayuso de nuevo en el centro de las tormentas, consistía en si nos lanzábamos o no a comprar la vacuna rusa Sputnik. Lo malo fue que al día siguiente, y espoleado por una metedura de pata de un alto funcionario de la malhadada Agencia Europea del Medicamento, se desató un vendaval a cuenta de la vacuna AstraZeneca y sus peligros de efectos secundarios. En las autonomías españolas, que parecen a veces el ejército de Pancho Villa, se organizó una notable algarabía de idas y venidas, decisiones a favor y en contra, para desconcierto y enfado de la ciudadanía, que ahora ya no sabe a qué carta quedarse. El gozo de la vacunación dio paso al temor a la inyección en esos momentos más común, la de AstraZeneca. Adiós al ‘efecto Sánchez’ y a su glorioso calendario ‘vacunacional’. Y para colmo, tras vapulear a Díaz Ayuso por haber mantenido contactos con las gentes de Sputnik, Sánchez acabó admitiendo que tal vez habría que recurrir también, si Europa se pone de una vez de acuerdo, a la solución rusa.


Yerra, a mi juicio, Sánchez al convertirse en el adalid de una vacunación de la que deberían responsabilizarse en el Ministerio de Sanidad, que también ha dado un recital de incompetencias y falta de liderazgo esta semana, moviendo de un día para otro los límites de edad para recibir la AstraZeneca. Y yerra, entiendo, porque se mueve en un terreno resbaladizo, inseguro, que hace muy difícil predecir cuándo y cuánto se habrá vacunado para ese temido verano que puede fallarnos de nuevo turísticamente, y entonces qué. No se puede, ni debe, sacar pecho político a cuenta de una pandemia, ni tampoco deberían ser las víctimas de la misma munición electoral.

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