Entre los políticos hubo un acuerdo tácito por unanimidad que consistió en intentar salvar la Navidad. Se dijo así porque afectaba a dos vertientes. De un lado, se intentaba que el comercio y la hostelería pudieran levantar cabeza en la que tradicionalmente es su mejor temporada. Del otro, se trataba de que los ciudadanos pudieran vivir en familia unas fiestas tradicionales que, a causa de la pandemia y los confinamientos, muchos consideraban fundamentales para la salud mental de la sociedad. Y después de esa relajación política y social (hay que reconocer que los ciudadanos también pusimos mucho de nuestra parte),, nos encontramos con una nueva oleada de la que parece que todavía no acabamos de salir del todo. Y en esas estamos cuando llega la Semana Santa y, de nuevo, ha prevalecido la tentación de salvar el turismo, al menos en las islas, para indignación de quienes también quisieran que se relajara el confinamiento. Sin embargo, ahora sabemos que hacerlo supondría tener que pagar un precio que no nos podemos permitir.