A lo largo de mi deambular por esta vida de espinas y rosas, batallas ingentes y triunfos frugales; he descubierto que las mejores personas con las que me he topado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la pérdida y la lucha sin cuartel.
Este tipo de seres, en su afán de no ser engullidos por las fauces de la desgracia, han tenido que desarrollar a marchas forzadas una extraña capacidad de adaptación a las circunstancias adversas, que los convierte en seres extraordinarios, cuyo valor real está estrechamente vinculado a la ejemplaridad.
Porque, a pesar de que las dificultades no se reparten por igual, quien más o quien menos, más tarde o más temprano y, con mayor o menor virulencia; acabará encontrándose de frente con algún escollo que desbarate su existencia. Y, entonces, o no sabrán afrontarlo y se hundirán en su miseria, o tratarán de mirarse en el espejo de esos otros a los que hoy quiero dedicar unas líneas y para los que sería necesario estipular una festividad en el calendario. Los seres a los que me refiero componen el entramado de personas verdaderamente bellas de una sociedad.
Las personas bellas, sean o no padres y lleven o no en su nombre la palabra José o cualquiera de sus derivados; son grandes porque, a fuerza de bajar y de subir, desarrollaron una especie de propulsor que les permite impulsarse a la superficie desde los infiernos, una y otra vez, y sin perder nunca la sonrisa.
Este tipo de gente goza de una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa.
Porque la gente bella no surge de la nada, sino del aprendizaje que produce en los seres humanos el caer y el levantarse, las veces que sea necesario y sin mirar nunca atrás.
No pierden un segundo pensando en lo que pudo haber sido y no fue, ni dan cabida a los dimes ni diretes ni cotilleos varios…, simplemente porque bastante tienen con afanarse en solucionar sus vidas como para meterse en las de los demás.
Sin embargo, este último punto no los convierte en egoístas, porque si ellos son testigos del sufrimiento de los más débiles, se posicionarán sin dudarlo en la primera línea de fuego para protegerlos. Del mismo modo, ayudarán a quien se lo pida sin esperar nada a cambio y, lo harán tan solo, porque solo ellos saben el valor de la ayuda precisa en el momento concreto.
Los seres hermosos son en sí un ejemplo. Actúan por convicción y no por aprobación. Son lo que son sin artificios ni disfraces.
No buscan quedar bien con nadie porque carecen de la hipocresía necesaria para hacer prevalecer en el tiempo una actitud ficticia, por eso, tienen tantos admiradores como detractores.
En esta festividad estipulada en el almanaque como del día del padre, quiero regalar al mío mi agradecimiento por servirme de ejemplo, al igual que les sucede a otras muchas personas bellas con respecto a otros hijos de esta sociedad en la que, si no fuese por la sabiduría y la fortaleza de muchos de nuestros mayores, estaríamos perdidos deambulando por los oscuros caminos de la ausencia de referentes o por las tortuosas sendas de referentes equivocados.