Legitimar el matonismo

Siempre he sostenido que si el sindicalismo no existiera habría que inventarlo, pero eso no quiere decir que todas actuaciones sindicalistas sean benéficas, loables y dignas de alabanza.


Denominar “piquetes informativos” a un grupo de matones que amenazan, empujan y amedrentan a un trabajador para que no entre en la fábrica en la que se gana su nómina, o a un autónomo propietario de un pequeño bar para que mantenga las puertas cerradas, es algo así como si a los atracadores de bancos les denomináramos agentes de información de un cambio de propiedad del dinero, y a los prestamistas abusivos, “fomentadores vocacionales del ahorro”.


Si algo denigra a un movimiento sindical son los matones con carnet. En mi familia cuento con el recuerdo de un hombre digno que perdió la vida por estar afiliado a UGT. Pero no me lo imagino amedrentando a la dueña una mercería porque la huelga general fuera un cumplimiento que está por encima del derecho a la libertad.


Bastante se ha puesto en ridículo el sindicalismo, con una trayectoria tan politizada que hemos llegado a los 4 millones de parados sin que a los burócratas sindicalistas se les alterara una ceja. Suponemos que hay que almacenar fuerzas para el día en que haya un gobierno de derechas. Bien. Pero esa derogación de las penas de cárcel (por cierto, ningún matón sindicalista ha entrado en la cárcel por ejercer el matonismo) no puede suponer barra libre a la extorsión física.


El asunto está en el Senado, y el Gobierno tiene mucha prisa para presentarlo como una gran victoria social el día 1 de mayo, durante el Segundo Año Triunfal de la Pandemia. Esperamos de la prudencia de los senadores que no lleguen a legitimar el matonismo sindical, de la misma forma que hemos llegado al disparate de negar la presunción de inocencia de los hombres, si la acusación la ejerce una mujer. Ese es el caldo de cultivo ideal para el nacimiento de las mafias y la putrefacción de las democracias. 

Legitimar el matonismo

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