Cataluña, quince días después

Dos semanas después de las elecciones autonómicas, los dirigentes catalanes siguen demostrando, aún más que antes si cabe, su incapacidad para gobernar esta autonomía y para proponer a los ciudadanos un plan de acción coherente. Mientras se eternizan las discusiones para lograr formar un Govern, que será totalmente independentista o, en el mejor de los casos, solo muy independentista, arden las calles en protestas que nadie parece capaz de atajar, y menos que ninguno el conseller de Interior, Miquel Samper. Se diría que la única solución que se arbitra desde la Generalitat es promover un debate sobre las fuerzas policiales, lo que está encrespando los nervios de los mossos y de la policía urbana.


Barcelona ha dejado de ser una ciudad atractiva para cualquier visitante y tampoco lo es, desde luego, para los comerciantes, restauradores y hosteleros. Se diría, recorriendo sus calles -alguna, como el Paseo de Gracia, está devastada--, que es una ciudad fantasmal, sin esperanza. La alcaldesa Ada Colau no puede quedar eximida de una parte importante de responsabilidad por este desgobierno, como te van diciendo todos los barceloneses con los que hablas.


Pero peor aún es la opinión sobre los representantes políticos, sobre todos los representantes políticos, de derecha o de izquierda, independentistas o no, que han de gestionar la formación de la Mesa del Parlament y del Govern. Muchos creen que, en el fondo, las elecciones, tan apresuradamente convocadas para favorecer el llamado ‘efecto Illa’, no han servido sino para evidenciar aún más la agonía que se vive en toda Cataluña: ni ERC, ni Junts, ni -menos aún_la CUP, ni el PSC, ni Ciudadanos, ni el PP pueden evitar la imagen de desconcierto que están ofreciendo. No faltan quienes crean que, de seguir así este espectáculo de falta de acuerdo, habrá que repetir las elecciones al comienzo del verano, sin que, por supuesto, la pandemia haya quedado vencida. Y son bastantes las personas con las que he hablado que casi consideran preferible ir de nuevo a las urnas, aun sin esperar que otras elecciones vayan a aclarar el muy nublado panorama.


Para que nada falte, la detención del ex presidente del Barça, Josep María Bartomeu, acusado de presuntos pagos para difamar a jugadores y rivales en la junta directiva, ha conmocionado las estructuras de una ciudad que ya no debería sorprenderse de nada. Y esta detención se produce a pocos días de que se celebren las elecciones para la presidencia de este club, que ya se sabe que es más que un club, porque nunca permanece ajeno a la política, a veces a la peor política.


Cuando preguntas a cualquiera, incluyendo, desde luego a independentistas convencidos, qué más tiene que ocurrir en Cataluña para que las gentes reflexionen que así no pueden seguir, las respuestas muestran un enorme hartazgo: “hay que echarlos a todos, pero a todos-todos”, me comentaba una joven que dijo haber votado a los Comuns de Colau. No era una respuesta original: muchos, de muchas edades y de muy diversas tendencias políticas, me dijeron más o menos lo mismo. Cataluña sigue siendo el gran problema político en una España llena de grandes problemas políticos. Y no creo que la quimérica mesa de negociaciones diseñada y nuca ejecutada por Pedro Sánchez.Iceta-Illa vaya a solucionarlos. Entre otras cosas, porque aún ni se sabe con quién hay que negociar.

Cataluña, quince días después

Te puede interesar