Atado

Atado y bien atado. Salvando las distancias, es la expresión que nos viene inevitablemente a la cabeza. Un dictador moribundo o ya de cuerpo presente y un revuelo de dirigentes de partido repartiéndose el poder, asesores maquinando el relevo y colaboradores cubriendo la escena con un manto de hermetismo e información sesgada.

Con la connivencia de una justicia cuyos hilos maneja sin pudor el aparato gubernamental –la reciente limpieza del Supremo de los magistrados independientes resulta de lo más oportuna– el esperpento político en que se ha convertido la reelección de Hugo Chávez parece no tener freno. El tribunal, como una extensión del Gobierno –Montesquieu les suena a chino a los chavistas– concede al presidente “todo el tiempo que necesite” para recuperarse y regresar a su país con su dominio intacto. Una prórroga hasta dar con la fórmula que permita el reemplazo sin revueltas en las calles.

Se hace verosímil imaginar las reuniones en una sala de hospital. La macabra imagen del cadáver lívido en la puerta de al lado. Custodiada la zona por militares y con el compromiso por escrito del personal sanitario de no revelar un solo detalle del estado real del paciente. Los miembros del Gobierno contemplando desde la puerta al líder caído; abrumados por la responsabilidad de mantener la mentira. Alguno se acerca, se atreve incluso a tocar la piel fría para cerciorarse una vez más de que el final ha llegado. Y enseguida vuelve al grupo para proponer una estrategia. Resulta más creíble esta escena que la de un Chávez reuniendo fuerzas para dirigirse a su nación con palabras grandilocuentes. El silencio de un megalómano parece el más claro síntoma de derrota.

Mientras, la pretendida normalidad se ve como un insulto. Saltarse las normas, los protocolos, la Constitución no tiene importancia, parecen decir los que mandan. Sigan con sus vidas y dejen el futuro del país en suspenso. Que la maltrecha economía continúe en caída libre. Cierren los ojos o miren a otro lado. No querrán pelear. El desgaste puede ser fatal.

Así, la oposición maniatada y quizá temerosa y el pueblo desorientado esperan que pasen los días y alguien les saque de las tinieblas. Un milagro o la imposibilidad de esconder el hedor insoportable del secreto.

Atado

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