Apenas le dejaron sentarse en su despacho oficial. Como ganador de las elecciones y a pesar de una mayoría parlamentaria de izquierdas, recibió el encargo presidencial de formar Gobierno. Pero poco duró su mandato. Once días. La oposición presentó una moción de censura y el conservador Pedro Passos Coelho hubo de dejar paso al líder del Partido Socialista, António Costa.
Cuatro años más tarde, las urnas acaban de dar a éste lo que en 2015 le negaron: una victoria “expressiva”; una mayoría no absoluta, pero por poco y aunque deslucida por la abstención récord registrada. Los portugueses han refrendado sus políticas. El flanco económico ha sido el principal aliado.
A partir, en efecto, de 2014, año del inicio de la recuperación, la economía del país vecino ha experimentado un crecimiento notable: un 2,7 por ciento anual en los tres últimos ejercicios, gracias a una favorable combinación de factores externos y de un amplio abanico de reformas estructurales. Así, la renta per cápita de la novena economía de la eurozona ha avanzado a un ritmo que le ha permitido converger con la media, al contrario de lo sucedido en otros países del sur de Europa como Italia y Grecia.
Ello ha tenido un lógico reflejo en la evolución del mercado laboral, de la inversión extranjera directa (IED) y del ajuste presupuestario. Y favoreció la devolución anticipada del préstamo concedido por la troika (BCE, Comisión Europea, FMI) por el rescate financiero de 2011.
En concreto, la tasa de paro se ha reducido de forma espectacular: desde el máximo alcanzado a comienzos de 2013 (18 por ciento) hasta el 6,2 por ciento actual; una tasa por debajo del nivel anterior a la crisis y también inferior a la media de la eurozona. El nivel de pobreza ha bajado a mínimos históricos.
Justo y necesario es recordar que los pilares de la recuperación económica han sido las reformas estructurales del Gobierno conservador de Passos Coelho (mandato 2011-2015), centradas como estuvieron en mejorar la flexibilidad del mercado de trabajo, la eficiencia de la Administración pública, las privatizaciones, la lucha contra el fraude y la economía sumergida y una reforma fiscal competitiva.
Algunas de estas medidas fueron luego retocadas o revertidas con la llegada de Costa al Gobierno. Alumbraron políticas menos austeras (gran caballo de batalla en otras economías), aunque siempre manteniendo el camino de corrección de las cuentas públicas y sin cerrar la puerta a acuerdos puntuales con la oposición. La estabilidad política se ha convertido en la mejor arma económica del país.
Educación, servicios sanitarios e infraestructuras han resultado ser los sectores más perjudicados por la contención presupuestaria. En ellos habrá de volcar el nuevo Gobierno la inversión, presionado en tal sentido como lo estará por el resto del arco parlamentario y los sindicatos. El futuro Ejecutivo tiene trabajo asegurado y todo ello en un escenario de menor crecimiento económico que en años anteriores.