LA GRAN DEPRESIÓN

Así se conoció el tiempo que rodeó a la crisis de 1929. Entonces y tras el hundimiento de la bolsa americana los medios de comunicación supieron titular con acierto lo que era el sentir ciudadano ante una crisis nunca vivida hasta entonces y cuyas consecuencias estaban por adivinar. Reinaba el caos y la incertidumbre.

Aquel golpe supuso la desaparición de empresas y compañías mercantiles, pero también el nacimiento de otras que se adaptaron a los nuevos tiempos, marcados por la dureza del golpe y por sus daños colaterales que afectaron a las clases medias y a las capas mas desfavorecidas de la sociedad americana.

Más de 80 años después y en plena vigencia de la globalización nunca bien planificada, la crisis del mundo desarrollado ha destrozado los estados del bienestar, se ha llevado por delante miles de empresas y millones de puestos de trabajo. Catástrofes económicas como la que estamos viviendo deben tener un tratamiento técnico, pero también prestar su atención al perfil humano porque es ahí, en las personas, las víctimas mas indefensas cuyas vidas se ven truncadas por la crisis que sufren, pero de la que no son culpables, donde hay que prestar atención. Hablo de los millones de familias de clase media a las que el paro sitúa al borde de la marginalidad. De las personas que encuentran en los comedores sociales el plato que les da fuerza para aguantar. De los jóvenes que no encuentran una oportunidad, de las familias que ya no pueden pagar la hipoteca, la luz o el agua. De las que tienen que dibujar el futuro de sus hijos desde el fondo de un pozo. En definitiva, hablo de la cara más cruel y oculta del terremoto económico que mueve los cimientos de nuestras vidas.

Viven con sufrimiento e indignación que se acrecienta cuando ven que los gobiernos facilitan fondos a los grandes bancos para limpiar sus cuentas, que se suben los impuestos o se recortan derechos sociales para pagar la “desfeita” que algunos hicieron. Las indemnizaciones millonarias para banqueros que han hundido sus bancos. Por ellos, por los que sufren y cargan sobre sus espaldas las culpas de otros que se van forrados y sin hacer frente a responsabilidad alguna, es por lo que sugerimos a los gobernantes una reflexión: los ciudadanos sufrimos una gran depresión, no vemos el futuro de nuestras familias y hemos agotado nuestras fuerzas, no tenemos energías que aportar. Esperamos de los políticos que abran una ventana a la esperanza, que nos traten con respeto y que se den cuenta de que sin los ciudadanos de aquí no se sale o se sale mal.

(*) Carlos Marcos es presidente de

Unión Coruñesa

LA GRAN DEPRESIÓN

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