Escribo esta columna unas horas antes del cierre de los colegios, naturalmente sin conocer los resultados de las elecciones, pero a riesgo de equivocarme, me atrevo a vaticinar que este lunes empieza un tiempo político nuevo. Los comicios de ayer no decretan la muerte del bipartidismo, pero abren una era en la que irrumpen nuevas formaciones apoyadas por muchos ciudadanos que decidieron acabar con la hegemonía de la clase política tradicional para alumbrar un reparto distinto de poder en muchos concellos y comunidades.
La finalidad de estas elecciones es formar gobiernos. En solitario, allí donde los electores otorgaron mayoría suficiente, o en coalición de dos o más fuerzas -seguro que ya se están haciendo muchas combinaciones y habrá sorpresas- que deberán compartir ideas y programas para implantar políticas que respondan a los intereses y necesidades de los ciudadanos. Es la cultura del pacto, el modelo político del “poder compartido”, que implica renuncias mutuas, concesiones reciprocas y requiere inteligencia y diálogo permanente.
Ahora falta saber si los que fueron elegidos van a ser capaces de administrar este pluralismo político, unos gobernando y otros ejerciendo la oposición que son los papeles que les asignaron las urnas. Si no logran desempeñar tales funciones -en el gobierno o en la oposición- estarán fracasando y suya es la responsabilidad de sumergir a los concellos en la inestabilidad de la que, en palabras de José Ignacio Torreblanca, “acabará emergiendo un deseo unánime de Gobiernos fuertes y elecciones mayoritarias con ganadores y perdedores claros”. Es decir, estarían “quemando” esta etapa política nueva, que aparece como más plural, y diciendo a los ciudadanos que lo mejor es volver al pasado.
Cambia el mapa político, pero lo que no cambia es el mapa de los problemas del país y de los ciudadanos que siguen abatidos por la crisis e irritados por la corrupción. Por eso hoy empieza la cuenta atrás para que los ayuntamientos urbanos y rurales, que son la administración más cercana, empiecen a transformar la realidad con acciones concretas para resolver esos problemas de los administrados.
Los concejales tienen una misión más que cumplir: acabar con la corrupción y recuperar calidad para la democracia. Parafraseando a Emilio Lledó, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, ojalá este domingo haya regresado la decencia a la vida pública. Ojalá