desde que Fernando VII –denominada con justicia por Unamuno el Rey Felón– le entregara la corona de España a Napoléon, y traicionara el espíritu de las Cortes de Cádiz, la historia de España está llena de sobresaltos, asonadas, golpes de Estado, guerras carlistas, y una sangrienta guerra civil, que sacó lo peor de nosotros mismos y a la que siguió una dictadura que ya, a mediados del siglo XX, era una extravagancia en la Europa libre.
Lo único positivo de la dictadura fue la creación de una clase media, cada vez más amplia, que permitió la transición, y que inició la etapa más próspera y de mayor reconocimiento de España en el tablero mundial, a pesar de las crisis y sus dramáticos coletazos.
La transición fue una de las pocas cosas que nos salió bien en los últimos doscientos años. Y el mérito es de muchos, y hubo suerte, porque se podría haber quebrado en la matanza de Atocha o en los cuatro intentos de golpe de Estado, que, por fortuna, no salieron adelante: el de la “Operación Galaxia”, siendo presidente Adolfo Suárez; el de Tejero, durante la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo; el de los coroneles, siendo presidente recién estrenado Felipe González, y, un poco después, el que se preparó para el Día de las Fuerzas Armadas en La Coruña, donde ya estaba hecho el túnel para que saltaran por los aires la familia real y el presidente de Gobierno.
A todo esto, sangre y plomo de ETA, con un asesinato casi todas las semanas, aderezado con algún que otro secuestro. Y aguantamos. Y tuvimos suerte. Mucha suerte.
Precisamente por ello, porque fue una de las pocas cosas que nos ha salido bien en los dos últimos siglos, me indigna y me irrita, y casi me lleva a la cólera, esta banalidad de un puñado de tontos contemporáneos, que vienen a decirnos que, o bien la transición fue el resultado de una conspiración de banqueros o una rifa que nos tocó, como si los policías, los guardias civiles, los fiscales, jueces, funcionarios y civiles que dieron su vida por aquello, no hubieran existido.
Y lo perdonaría si fuera ignorancia, que es mucha, pero no lo es: se trata de un cálculo premeditado para llenar de demérito a lo que les ha permitido estudiar en una España, que no hubiera sido libre sin esa transición.