Llevo todo el día de aquí para allá. Desde que sonó el despertador, todavía de noche cerrada, me puse el mandilón y venga desayunos por aquí y desayunos por allá. Después de la batalla de los despertares de los niños y de que se alimenten y se aseen convenientemente me surgió, así como así, una pregunta casi imposible de responder. ¿Qué me pongo? Y claro, ¿qué se pone? La respuesta la tenía en la habitación de al lado, pero su única ocupante ya me había advertido con días suficientes de antelación que ni se me ocurriera molestar y que me buscara la vida para apañármelas yo solito, al igual que ella hace los 364 días restantes del año.
El reloj era una cuenta atrás para la hora de entrada al colegio y una percha salvadora con camisa, pantalón y jersey fue el clavo ardiendo al que se agarra cualquier persona superada por los acontecimientos. Con aire triunfal entregué las prendas apremiando para que se las pusieran y cuando todo parecía solucionado llegó el comentario fatídico. “No me gusta. Yo así no salgo a la calle”. Después de un momento de zozobra y con la tentación de rendirme a la evidencia y pedir a una huelguista que fuese esquirol, aunque solo fuese por unos segundos, enseguida me di cuenta de que no podía hacerlo. Así que tomé la única decisión posible en estos casos. “Te lo pones sí o sí, o si no vas en pijama al colegio. Además, esa ropa te queda muy bien”.
Se impuso la autoridad paterna, pero vaya si costó trabajo, sin saber que eso era, precisamente, lo que me quedaba durante el resto del día. La jornada laboral fue relativamente normal durante la mañana pero, ay amigo!, se complicó y de qué manera cuando nos vimos sin ellas y comprobamos que para hacer el trabajo casi nos dejamos las huellas dactilares en el teclado de tanto darle. El esfuerzo creo que valió la pena porque tienen en sus manos un periódico digno, aunque confieso y reconozco que incompleto porque una parte muy importante que da valor añadido, criterio y rigor informativo no estaba, como tampoco estaban las miles de mujeres que ayer secundaron la huelga con motivo del 8M, en una jornada en la que hacen visibles todas las miserias que padecen en su vida cotidiana y que muchos de nosotros pasamos por alto hasta que nos toca vivirlo en primera persona.
El inicio de este texto es ficticio, lo digo por si alguien se lo creyó, aunque es la realidad de muchos hogares. Soy hijo de madre trabajadora en tiempos en los que todo escaseaba y eso me obligó a adaptarme de modo que las tareas de la casa siempre se realizaron sin distinción de sexos entre mi hermana y yo.
Ni que decir tiene que creo en la máxima de a igual trabajo igual salario y cualquier cosa que no sea así es una discriminación pura y dura que debería estar sancionada de algún modo por las administraciones.
Respecto a la violencia, me extraña que haya quien defienda ignominias como la del autobús de la vergüenza.