La condición de político lleva implícita una agenda pública y el sometimiento a la fiscalización de su gestión. La mayoría de ellos emprenden la aventura de la representación ciudadana por ideología y por vocación de servicio a la sociedad. La declaración de intenciones inicial suele ser siempre, además, impecable, pero a medida que asumen responsabilidades y cotas de poder, por muy simples que sean, algunos sufren una especie de amnesia sobre lo prometido en campaña y comienzan a priorizar sus actuaciones en función de distintos intereses, sobre todo el electoral a medida que se acerca la cita con las urnas y se necesita un legado con el que volver al bucle de los anuncios y de la defensa a ultranza del interés general. En la política local es en esta época cuando suelen surgir las disensiones entre socios de gobierno o las ansias de protagonismo de quien siente amenazada, por decirlo así, su silla en la Corporación municipal. Aflora entonces el egoísmo de quien carece de ideología definida.