Mis alumnos

A estas alturas no sé a cuantos alumnos habré dado clase; incluyo por supuesto alumnas, que para el caso viene a ser lo mismo, aunque para mí no es necesario aclararlo: tanta especificidad debe ocultar algún complejo o, lo que es peor, falta de naturalidad o incapacidad para aceptar y entender las cosas más sencillas. No llevo la cuenta, pero como decía deben ser muchos los que han aguantado mi “rollo” en las tres universidades donde he impartido docencia. No en vano llevo más de cuarenta años enseñando Historia; tengo que reconocer que he cumplido mi vocación. He escrito algunos libros, que andan por ahí, bastantes trabajos y hasta un relato histórico; pero pienso que, al cabo, lo más importante que he hecho ha sido dar clase.
De vez en cuando tengo la suerte de encontrarme con algún antiguo alumno, que con frecuencia guarda buen recuerdo de la enseñanza recibida e incluso de quien se la impartió. Puedo asegurar que no hay mayor satisfacción para un profesor que ese tipo de experiencias. Sobre todo si además de haber recibido formación en nuestras aulas, aquel antiguo alumno ha conseguido abrirse camino profesional y ha podido desarrollar alguna actividad acorde con su vocación.
Quizá por eso, conforme va pasando el tiempo, una de las cosas que más se valora en la enseñanza, es la huella que se haya podido dejar; no solo a través de la trasmisión de conocimientos, sino sobre todo gracias a la experiencia enriquecedora de la vida en las aulas.
Un profesor ve pasar a muchas promociones de alumnos y eso, además de rejuvenecerle permanentemente, le permite tener cierta perspectiva de la renovación generacional que tanto interesaba a Ortega. Muchas cosas cambian a lo largo del tiempo y se reflejan en los gustos y actitudes de la gente joven, incluidos los estudiantes universitarios; lo que resulta muy ilustrativo y enriquecedor para el docente. Nunca estuve de acuerdo con un viejo y querido profesor, ya desaparecido, que me aconsejaba no implicarme demasiado con los alumnos, pues estos pasan, mientras que nosotros, los profesores, permanecemos.
No oculto que ha podido haber momentos difíciles e, incluso, alguna que otra anécdota negativa; por suerte siempre fueron las menos numerosas. En todo caso, no es necesario acudir al pasado y a los buenos recuerdos, para comprobar lo gratificante que puede ser la docencia universitaria: los últimos años he impartido clase a un grupo pequeño pero magnífico de estudiantes de humanidades; gente con verdadero interés por este tipo de estudios. La universidad podrá estar más o menos bien, pero los alumnos siguen siendo lo más importante, por ellos vale la pena perseverar hasta el final.

Mis alumnos

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