Los sesenta

A raíz del título, alguien podría pensar que vamos a hablar de esa esplendida década y principios de los setenta del pasado siglo. Años de significativo crecimiento económico e industrial en toda España, y más en Ferrol, donde dos gigantes de la construcción naval no paraban de lanzar a la Ría grandes petroleros y buques de todo tipo.
También hubo progreso político con atrevidos pasos de apertura en los derechos civiles, y una dictadura que tocaba a su fin culminado con la Constitución del 78, que algún día valoraremos en su justa medida lo que ha significado para la historia del país. Pero hoy no reflexionaremos sobre esa etapa creyendo, además, en que al contrario de lo que se dice: “ningún tiempo pasado fue mejor”
En estas Navidades, como todos los años desde hace muchos, la cena anual del colegio de la infancia, me proporcionaba un gran argumento para venir a Ferrol y disfrutarlo, el día entero, hasta la hora del encuentro.
El paseo recordando los ultramarinos de siempre, todavía vivos, como el de Emilio el del “Rápido” o “Mundo”, el ambiente festivo, la dársena de Curuxeiras, calles como San Francisco o Dolores, emblemáticos edificios hoy restaurados como el del “Café Cervantes” y entornos mágicos –acertado adjetivo de Lola Becaría– como la plaza de Amboage o los Jardines de Herrera, son buenos momentos para hacer balance de los tiempos mozos.
Ya en la cena, en los preliminares saludos y reconocimientos, no siempre a primera vista debido al deterioro de los años, hacía discretamente, balance de la mella que el paso del tiempo va dejando en cada uno y reconociendo, a un sin quererlo, que la juventud ya queda lejos.
Ojeando el folleto del evento, para algunos no pasó desapercibida la circunstancia de que esta vez se trataba del 50 aniversario del colegio. Teniendo en cuenta que habíamos entrado a los 10, pusimos los pies en la tierra y fuimos conscientes de que ya estábamos en “los sesenta”
Esta etapa supone un hito en la trayectoria vital de una persona por múltiples razones; empezando por que un camino pasado con dificultades ya puede suponer factura en el estado físico y psíquico de cada uno. Recuerdos que nos traen emociones, días buenos y no tan buenos, personas de honra y no tan honra que afortunadamente, estas últimas, nuestra compleja mente arrinconó en su momento.
Llegada esta edad uno se da cuenta sí aprovechó el tiempo y la vida. Es la etapa en que ya no suelen estar los progenitores, tan criticados en su momento y tan admirados cuando ya se han ido. Es la etapa en que uno toma conciencia de que se comporta y piensa, en muchas ocasiones, como el cuestionado mentor y agradece su esfuerzo y sacrificio y principalmente, si se ha tenido esa suerte, la educación y principios inculcados.
Es la etapa en que, sí uno ha tenido principios, se da cuenta que en un país con una endémica precariedad laboral, en la empresa no triunfa el esfuerzo, la lealtad y la inteligencia y sí los que no tienen otro mérito que adular al de arriba y vejar al subordinado, los abundantes trepas y mediocres que contribuyen con fuerza a mantener tal situación.
Es la etapa en que uno se da cuenta de que el radical, que nunca hizo otra cosa que dedicarse a la política, se autodenomina demócrata y progresista, despreciando y tachando de intransigente al que no piensa como él. Es también la etapa en que uno se da cuenta de que, aun con un gran futuro por delante, empezamos a tener muchos más recuerdos que fuerzas para emprender y luchar, por lo menos con la intensidad del tiempo anterior.
Más de un compañero lamentaba la sutil discriminación profesional que actualmente supone el culto a la juventud. Escuchando con frecuencia los halagos al “joven y preparado” en claro desprecio al “maduro y experimentado”.
En alguna ocasión he tenido que aclarar ante el pavoneo del “joven y preparado” que la juventud es una circunstancia y no una virtud, lo que no es motivo de alarde y ojalá tenga el joven la suerte de llegar a adulto como los que hemos llegado.
Afortunadamente, siempre hubo en la historia grandes cerebros, independientemente de la época y la edad. Como ejemplo de mis argumentos suelo recordar que Winston Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial a los sesenta y cuatro años y que el fundador del mayor imperio mundial del textil no estudió.
Afortunadamente –animé– a nuestra edad todavía estamos a tiempo de fundar un gran imperio y ganar una tercera guerra mundial, aunque espero que esto último no sea necesario.

Los sesenta

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